El próximo mes de marzo, los liberales españoles han sido llamados al rincón de pensar, o lo que es lo mismo, al Congreso Extraordinario que definirá la estrategia de Ciudadanos de cara al futuro, para garantizar que este mismo sea largo y no efímero.

No estaría de más recordar aquella frase manida de “nuestro socio preferente es el Partido Popular”, una expresión que situaba a Ciudadanos en el centro-derecha y que no tenía ningún interés por mantener o conservar la representación del centro político. Una expresión que no sólo se tradujo en una consonancia clara con la retórica de “las tres derechas” que tanto convino a Pedro Sánchez, sino que abrazaba sin paliativos lo que siempre se había querido evitar, que era la aceptación de que Ciudadanos es un partido de derechas.

Pero han pasado los meses, hemos visto a Ciudadanos perder dos millones y medio de votos, cuarenta y siete escaños y pasar de tercera a quinta fuerza política nacional en apenas siete meses. Se podría culpar a la irrupción de Vox de estos nefastos resultados, pero lo cierto es que pocos estudios demoscópicos niegan que más de la mitad, esto es, un millón y medio de españoles, ha cambiado el pasado 10 de noviembre la papeleta naranja por la abstención. Es posible que dichas papeletas perdidas representaran la esencia de lo que Ciudadanos llegó a ser, pero que un buen día decidió dejar de serlo, o bien de lo que Ciudadanos pudo haber sido y sin embargo decidió no ser.

Ciudadanos jugó a ser firme en sus promesas, cuando lo más probable es que su votante esperara un cambio de decisión. Dicho de otro modo: el que votó a Rivera en abril lo hizo a pesar de que Rivera prometió que no pactaría con Sánchez, esperando que de algún modo cambiara de idea. Como cambió de idea en 2015 y en 2016: los años de oro de Ciudadanos, cuando el partido liberal demostró ser capaz de pactar a izquierda y a derecha del tablero político y evitar dejar España en manos del nacionalismo.

Cambiar la España del Majestic por la España del Abrazo: aquella idea fue la que le hizo ganar a Rivera el corazón de una mayoría de españoles, cuyos futuros iban a dejar de depender de los caprichos del momento de los nacionalistas catalanes y vascos, privilegiados e insaciables. Esa idea potente de igualdad de todos los españoles a través de la unidad de España, el liberalismo como hacedor de reyes, como se le conoce en Bruselas, y guardián de la Constitución, del consenso y de la convivencia, una idea que desapareció en cuanto a alguien se le ocurrió susurrar a Rivera que “con Sánchez no”. De Rivera se esperaba muchísimo más que lo que se espera de un Casado o de un Abascal.

Lo bueno de todo esto es que seguimos esperando muchísimo de Inés Arrimadas, si cabe hasta más que de Albert Rivera, y es por ello que debería tener bien presente de quién tiene intención de rodearse en esta nueva etapa. Transformar las debilidades en fortalezas es una de las claves del éxito, y la pérdida de estos dos millones y medio de votos ha de ser un incentivo para mejorar, así como para comprender que esas estructuras clientelares, aduladoras y enemigas de la autocrítica que tanto abundan en los viejos partidos no han de tener lugar en Ciudadanos. Inés Arrimadas ha de defender el proyecto político más ilusionante, de futuro y limpio de toda España, y si para eso es necesario rescatar la retórica de Rivera de que “aquí nadie es imprescindible”, sea.

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