En un mundo dominado por el emporio de las divisiones y las clasificaciones, donde cuidar una dieta para uno mismo, por convencimiento, parece un ataque dirigido a las personas con sobrepeso; donde el gusto por los parajes norteños se entiende como un descarte de lo que sucede en el sur; donde el apego a la propia tierra se interpreta como una declaración de negación a otros territorios; donde el gusto por la mar parece excluir el goce de la montaña; donde se nos exige responder, permanentemente, a la pregunta de ¿carne o pescado?, dando la espalda a todo aquello que se desconoce, ignorándolo como si no existiera; y en el que el deporte parece solo poder vivirse desde la militancia en unos colores determinados, excluyendo todo aquello que suponga un mínimo guiño hacia “los otros”; me encontré hace unas pocas semanas con un testimonio que me pareció toda una paradoja absoluta de la no renuncia por elegir algo determinado.

Juan Mayorga, miembro de la Real Academia Española (RAE), dramaturgo, y director teatral es, además y a la vez, filósofo y matemático. ¡Asombroso! Desde luego no para él, que se quita el mérito sobre ello, pero sí para mí, convirtiéndose, bajo mi visión y percepción, en una especie de hombre del renacimiento, demostrando que un determinado perfil educativo no implica la renuncia a otro, u otros.

Durante decenios en España ha enfrentado a los adolescentes a elegir, para su formación, el camino de las ciencias o las letras, en un momento en el que la propia identidad y personalidad no están aún definidos, implicando un mensaje de negación para los conocimientos de los que quedaban liberados tras su elección, sin entender que los unos son complementarios de los otros, igual que éstos de aquellos.

Afirma Mayorga que “Conceptos filosóficos aparecen una y otra vez en la sociología, en la psicología, en el debate político, y los hallazgos matemáticos está en el corazón de todas las ciencias. Por otro lado, entre Filosofía y Matemáticas se establece un diálogo inagotable”, y efectivamente ambas materias son las partes de un todo, llamado conocimiento, que en nuestro sistema educativo se divide sin entender que en las matemáticas se halla el origen y fundamento de la teoría filosófica desarrollada por Platón en los albores de la civilización helénica.

Pero en nuestra contemporaneidad las clasificaciones y las divisiones siguen alejando a unas personas de otras, aún de forma torticeramente artificial, a base de poner el foco en las diferencias, sin priorizar aquello que sí nos une: necesidades, educación, sanidad, cultura, trabajo, etc… Siendo la idea de Europa, como concepto global de personas y voluntades, una gran paradoja, dónde la unión soñada, auspiciada y buscada desde el mismo instante de la finalización de las dos grandes guerras mundiales, se ha revelado como el cuño que ha engendrado populismos y más nacionalismos que nunca antes en la historia, en toda una alegoría de un endogámico ‘mirarse el ombligo’ renunciando a quienes nos rodean, a nuestros propios vecinos, a base de clasificaciones y divisiones, ¿y si lo más avanzado conocido en el viejo continente bañado por el mar Mediterráneo, hubiese sido alrededor del griego o el latín como lenguajes, y enseñas, de su civilización?.

“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.” (Sócrates)

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