Por una filosofía de la mano

Podríamos decir que el hombre, más que habitar un medio como cualquier animal, lo que hace es habilitarlo también previamente. La tesis de que la habilitación, la acción hábil, técnica, artística o científica, sobre el medio, es lo que nos distancia de los animales, incluso de los más próximos, como los primates, ha sido confirmada por una serie de espectaculares avances científicos de las últimas décadas en el terreno de la paleoantropología, la neurología, la psicología evolutiva o la lingüística, que han focalizado en el estudio de la actividad manual, que anteriormente había sido subvalorado como algo propio a todo lo más de anatomistas fisiológicos, uno de los temas de nuestro tiempo más interesantes por sus virtualidades filosóficas y que afectan a campos filosóficos tan importantes como el conocimiento, la educación, la propia concepción del hombre.

En tal sentido puede elegirse el fenómeno de las manipulaciones como un fenómeno dotado de las virtualidades sistemáticas que pedía Ortega a la Vida humana y tratar, a partir de él, de presentar el despliegue sistemático de una nueva filosofía.

Acogiéndonos, pues, a este nuevo modo de fundamentación de la racionalidad humana, consideramos la mano, utilizando una idea de la razón en consonancia con la “razón fronteriza” postulada por Eugenio Trías, el fundamento fronterizo de la propia existencia humana. Pues las manos, como extremidades superiores, son órganos corporales situados en la frontera en que el cuerpo interacciona con el medio a través de las manipulaciones instrumentales, como señalaba Heidegger con su famosa definición del hombre (Dasein) como un Ser que está ocupado de modo primordial e inmediato con lo dado “a la mano” (Zuhandenheit). Las manos son en tal sentido nuestro fundamento fronterizo y vital, de las cuales deriva precisamente la racionalidad humana, la cual no viene entonces de la “mente” interior como se sigue idealistamente creyendo.

Pues las manos están dotadas por sí mismas de una racionalidad operatoria muy compleja, que constituye un fenómeno cuyo estudio sistemático ha revelado una variedad de características que las elevan a órgano modélico y básico de toda habilidad humana. Principalmente por su capacidad complejísima de operar con las realidades mundanas.

Por ello, para situarnos en este nuevo punto de vista que podemos denominar operatiológico es preciso una especie de epojé, una “puesta entre paréntesis” de la interioridad, del concentrarte en tu interior. Con ello queremos evitar así el mentalismo idealista que arranca en la tradición filosófica occidental de “vete dentro” de San Agustín y se consagra con el “cogito” cartesiano. Para ello debemos mirar ahora hacia afuera. Pero, debemos dejar de mirar también hacia la lejanía o hacia el cielo estrellado sobre mí, del que hablaba Kant.

Dejemos, por el momento, de lado a la kantiana ley moral de mi interior y al cielo estrellado exterior. Fijémonos en algo situado entre ambos, fijémonos en nuestras manos. Es lo primero que debemos hacer para iniciarnos en la nueva filosofía. Nuestras manos, que han sido hasta ahora ignoradas o consideradas por la tradición filosófica clásica como algo subsidiario, en relación con otras partes del cuerpo como el cerebro o el corazón, deben estar presentes desde ahora de forma casi obsesiva, fundamental, pero no por capricho sino por pura necesidad. Como escribe Frank R. Wilson:

“¿Qué sería de nosotros sin las manos? Nuestras vidas están tan llenas de experiencias corrientes en las que intervienen las manos de manera tan hábil y silenciosa que raramente pensamos en lo mucho que dependemos de ellas”, Frank R. Wilson, La mano -de cómo su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana, Barcelona, 2012, p.17-.

Hoy sabemos, como señala el extraordinario libro de Frank Wilson, que dependemos muchísimo de nuestras manos. Pues con nuestras manos nos adaptamos al mundo y también lo adaptamos a nuestras necesidades, a través de los dispositivos técnicos. Heidegger ya señaló que el mundo se da primero “a la mano” (Zuhandenheit) que como algo meramente representado ante nosotros (Vorhandenheit).

Entre nuestro cuerpo y el mundo, como un organismo fronterizo, está la mano hábil, instrumento orgánico constructor de instrumentos inorgánicos, como decía Bergson, con los que transformamos la realidad para adaptarnos a ella en nuestra vida. Y con la mano y sus nuevas habilidades se hace más necesaria la cooperación dentro del grupo humano, para la cual se crean estructuras institucionales que permitan su desarrollo desde las propiamente técnicas (artes del fuego, de la cerámica, de la fundición, etc.,) hasta las artes políticas (jefaturas, Estados, etc.). Por eso volvemos hoy a recordar al filósofo griego Anaxágoras que habría dicho ya que “el hombre es el más sabio de los seres vivos porque tiene manos”