A mitad de febrero de 2020 el Coronavirus solo era la referencia informativa con que abrían los programas de noticias, sucediéndose las imágenes de calles vacías en Pekín o Shanghai, con las de decenas de chinos, con mascarillas sobre sus caras, moviéndose por los hospitales construidos de urgencia en apenas unos días, mientras desde nuestra cotidianidad nos sentíamos cómodos, viendo de lejos aquellos reportajes.

Tailandia y Japón fueron los primeros países, más allá de China, en los que se produjeron casos del nuevo coronavirus; y en Europa el primer muerto afectado por ello fue en París el quince de febrero, alcanzando a Estados Unidos el cuatro de marzo. Poco a poco los focos se fueron alejando de China y se esparcieron por todo el mundo, afectando, por supuesto, a España, cuya primera víctima mortal se produjo en Valencia.

Un mes después y en el mismo día, ha coincidido el comunicado de prensa de las autoridades chinas en las que aseguran que en su país ya se ha superado el pico de la epidemia del coronavirus, con apenas 15 nuevos casos de infectados en su inmenso territorio; mientras la información proporcionada a nivel español elevaba los nuevos diagnósticos positivos realizados en las últimas veinticuatro horas a 852.

Crisis sanitaria, por supuesto, pero no solo eso, ya que alrededor de todo lo que está ocurriendo y las medidas tomadas: cierre de algunas fronteras, restricción en los viajes y los desplazamientos entre países, desalojo de trabajadores desde la sede de sus empresas a su hogar para “teletrabajar” desde su casa, suspensión de los eventos de la vida social (culturales, deportivos, etc…), está habiendo un impacto mucho más allá, con pérdidas multimillonarias en los mercados bursátiles; una nueva crisis de “deuda pública” acompañada de una gran incertidumbre y… una alta falta de confianza en el futuro, empezando por el concreto día de mañana en nuestro calendario; con niños, jóvenes y adolescentes que no van a sus colegios, institutos y universidades; empresarios solicitando ayudas al mismo tiempo que piden facilidades para nuevos ERE o ERTE y supermercados vacíos, con sus estanterías huérfanas de productos ante la necesidad de acaparamiento de una sociedad alentada por la voracidad en almacenar y, para quien sabe si, volver hacer negocio ante tiempos de escasez que se pudieran producir.

La psicosis que se vive en un día como hoy en el que en cualquier grupo de WhatsApp al que podamos pertenecer, se suceden mil y una historias sobre lo que está sucediendo, la mayoría de ellos bulos sin el menor contraste, está alimentada por un exceso de desinformación, que merece que discriminemos. Desconcierto político es evidente que hay, pero al margen de ello hay que aplacar la histeria colectiva y el alto alarmismo, en cuyo origen tiene mucho que ver el hecho de que lo que antes eran programas informativos, de radio o televisión, estén ahora convertidos en espectáculos por sí mismos, cuyo único objetivo es conseguir audiencia, y para ello se utiliza el dolor, y las tragedias, a modo de carnaza, como medio para atraer oyentes o espectadores.

Lo mejor que podemos hacer en este momento es aplicar las medidas indicadas desde las autoridades sanitarias, y no perder la perspectiva sobre lo que está ocurriendo, siendo conscientes de que la gripe común, en años normales, genera unos 6.300 fallecidos en España, otros 8.000 en Italia y hasta 80.000 en Estados Unidos; registros muy superiores al efecto del coronavirus.

Prevención sí, consciencia también, pero pánico no, porque detrás de quien genera pánico siempre puede haber unos intereses determinados. Mucho se ha especulado con que el origen de este Covid-19 pudiera estar en un laboratorio auspiciado por unos ciertos intereses comerciales, y el terreno abonado para ese virus es el del pánico, el miedo y el terror, porque las decisiones tomadas en él siempre serán precipitadas.

Lo mejor de los políticos, con frecuencia, se puede observar en ellos cuando tienen tomada, por anticipado, la decisión de poner punto final a su responsabilidades y carrera, porque ahí se vuelven sensatos y no condicionados por el efecto que sus palabras tendrán en cualesquiera medio de comunicación, y un buen ejemplo de ello lo tenemos en las palabras de Angela Merkel, al afirmar que: “Entre el 60% y 70% de los alemanes se infectará con el coronavirus”, algo que si bien resulta contundente “per se”, todavía es más ilustrativo viendo su rostro al expresarlo y oyendo el tono de su voz al decirlo, sin ninguna exageración y con total moderación, pero no es que la canciller alemana sea profeta, es que si hoy, la población española, completa, nos sometiéramos a los test del Covid-19, esos mismos porcentajes ya se darían.

Apliquémonos el ejemplo, Prevención sí, consciencia también, pero pánico no; porque el pánico es la verdadera pandemia.

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