Las fragancias de una generación

Me llamo David y tengo 29 años. Puede parecer mi presentación en un grupo de ayuda, en una clase de máster, en una red social, o en cualquier contexto social que os podáis imaginar, pero nada más lejos de la realidad.

Las personas de mi generación, llevamos inmersos la mitad de nuestras vidas en una realidad llamada inestabilidad, ese factor que no genera indiferencia a nadie, o la amas, si eres de los que les gusta pescar en río revuelto, o la odias, como creo que nos ocurre a la mayoría de la población.

Lo inestabilidad lo impregna todo, de pies a cabeza, aparece en lugares o espacios que jamás pensaríais encontrarla, y poco a poco va avanzando, paso a paso, sector a sector, si no acabas con ella, ella acaba contigo.

La sociedad en la que vivimos desde hace años disfruta o padece, según se sea amante u odiador de ella, de sus amargas fragancias, esas fragancias que se quedan en lo más profundo de nuestro ser.

La primera de ellas, la fragancia económica, que apareció por aquel lejano 2008. La mayor crisis desde la gran depresión decían, toda esa vida en la que se supone que siempre íbamos a ir a mejor, se desmoronó de la noche a la mañana, y puso los posos de lo que es la realidad actual. Por más que digan, esa crisis machacó a las clases medias como nunca antes, y no nos hemos recuperado como sociedad a día de hoy de ella.

Es cierto que los datos económicos desde 2014 mejoraron, gracias a ajustes que fueron impopulares en su día, y que evitaron que fuéramos rescatados por la Unión Europea al estilo griego, pero hay un hecho que no genera ninguna duda, y es que esa mejora no se transmitió al conjunto de la sociedad, no hemos vuelto estar como en 2008.

La fragancia laboral, que apareció como si fuera una melliza de la anterior. El sistema laboral destruyó en los años posteriores a 2008 más de 3 millones de empleos, cerraron infinidad de empresas y nos trajo otra compañera más en el camino, la precariedad. En este punto tampoco hemos vuelto a estar como en 2008.

Unida a las dos anteriores, apareció más adelante la fragancia política. Andábamos ya por 2011, concretamente un 15 de mayo, todo ese descontento social generado por la crisis se había canalizado en un movimiento social, 'los indignados' se hacían llamar.

Ese movimiento, con el posterior nacimiento de los “nuevos partidos”, fue el germen de la crisis política e institucional en la que también estamos inmersos desde hace años. ¿Os acordáis de cuando el PSOE y el PP se alternaban en el poder, sin mayor problema, con la ayuda de nuestros queridos nacionalistas, ahora transformados en independentistas muchos de ellos?

Otro aroma que nos acompaña también en nuestro día a día, aunque sin una relación tan directa como las tres anteriores, es la fragancia sentimental. Nunca antes se habían roto tantas parejas como en la actualidad, casi 7 de cada 10 matrimonios acaban divorciándose, ¿por qué?, intolerancia, aburrimiento, tener la sensación de estar perdiendo experiencias, falta de compromiso, egoísmo…

Si no se crean familias, ¿dónde nos vamos a apoyar cuando vengan mal dadas?

Y por último, la fragancia más inesperada, la que nadie se podía imaginar que hiciera acto de aparición en nuestra sociedad moderna, la fragancia sanitaria.

¿Quién iba a pensar que viviríamos confinados en casa el pasado día de Navidad?, ¿quién imaginaría que nos impedirían ir a trabajar a la mayoría a nuestros negocios?, ¿adivinaría alguien que íbamos a ver a las fuerzas armadas patrullando por nuestras calles? Ya digo yo la respuesta, nadie.

¿Queda algo que la inestabilidad no haya impregnado?