162 pasos

.

Hoy he empezado a preguntarme cómo será el día después del confinamiento. En la necesidad de exprimir al máximo aquellos hechos extraordinarios del día, he puesto los cinco sentidos en percibir todo lo que acontece al bajar a comprar el pan. Es sorprendente cómo un hecho tan cotidiano pasa a ser extraordinario por la mera circunstancia de que implica salir a la calle.

Paso a ser consciente de ejecutar los pasos en un orden que no puede ser otro para minimizar posibles contagios: abrigo, guantes, tarjeta de crédito (nada de efectivo), zapatos en el descansillo y apretar el botón del ascensor con una de las llaves. Cada vez que toco algo, pese a la protección, no puedo evitar pensar quién ha podido tocarlo y a qué vecinos, si es que yo estoy contagiado sin saberlo, puedo infectar.

Doblo la única esquina que separa mi casa de la panadería alejado del ángulo para evitar chocarme con alguien que pueda venir por el otro lado. Hay dos personas dentro de la panadería, así que espero en la calle hasta que me invitan a entrar. Pego el pan al pecho y abro la puerta en un escorzo imposible para evitar tocar nada con las manos.

No han pasado ni cinco minutos desde que salí de casa y tanto esfuerzo en "no contagiar ni ser contagiado", en evitar a toda costa el contacto con otras personas hace que sienta necesidad de volver. ¿Agorafobia? ¿Miedo? Deseo volver a mi vida normal, como tantos, y solo soy capaz de preguntarme cómo será la primera vez que volvamos a ver a nuestros amigos cara a cara, cómo nos saludaremos y qué clase de aprensiones habremos desarrollado cuando todo esto pase.

No sé cuánto vamos a cambiar a partir de esta situación que estamos viviendo. Sí sé que el confinamiento ha conseguido que hoy cuente los pasos que hay hasta la panadería. Son ciento sesenta y dos.