Aplausos

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Un día serán las ocho y aún lucirá el sol. ¿Cómo vamos a aplaudir entonces si los aplausos resuenan como sombras de alas entre las luces de las casas y el cielo oscuro de la calle?

Cuando se aplaude es que la fiesta ha terminado. Que no hay nada más que celebrar y que nos vamos a casa. Ahora todo es distinto. Ni siquiera hemos empezado. Son aplausos por los que trabajan, por los que ayudan, por todos nosotros. Pero, en el fondo, son aplausos para un futuro, para una celebración que deseamos y que queda lejos.

Estamos en casa. Son las ocho. Abrimos las ventanas, los balcones, como si abriésemos la puerta de la calle, fingiendo que es la puerta de la calle. Aplaudimos, y a los pocos minutos cerramos las ventanas, los balcones, como si cerrásemos la puerta de la calle, fingiendo que cerramos la puerta de la calle. Volvemos al interior, y preparamos la cena.

Es de noche, o era de noche cuando empezamos. Las calles siguen desiertas, y hay luces en el hogar tras las persianas.

Pero, ¿qué haremos cuando a las ocho aún luzca el sol? ¿Qué estamos haciendo cuando vemos que ya a las ocho, aún sigue luciendo el sol?

¿Los aplausos de invierno seguirán siendo válidos? ¿Se habrán gastado ya, como se gastan los zapatos, como se gasta la vida? ¿Habrá manos suficientes?

Ahora, que ordenamos la casa y los armarios, tendremos que lavar, planchar y perfumar esos aplausos, y reservar un armario entero para cobijarlos.