Mucho se habla estos días, sobre todo desde la derecha política, sobre el patriotismo. Es cierto que los españoles a lo largo de Historia han sido más proclives al enfrentamiento que a la unión, como así atestiguan las tres guerras civiles carlistas del siglo XIX hasta la Guerra Civil española en el siglo XX, también conocida como Guerra de España. Pero también lo es, que en muchas ocasiones fueron patriotas, es decir amantes de la patria en el sentido más auténtico de la palabra, de lo común, de lo propio.

Así fue, por ejemplo en mayo de 1808, cuando los españoles salieron a defender a su Rey, Patria y Dios, y eso que hablábamos de Fernando VII, pero siempre como defensa ante el invasor francés que intentaba apoderarse de nuestro territorio.

La población se dividió entre "patriotas", liberales y afrancesados, es cierto, pero todos buscaban un bien común para la patria. Goya inmortalizó estos momentos.

De manera similar, interrumpida pero repetida se sucedió el fenómeno del amor a la patria expresado en el progreso de los nuevos “ciudadanos” a lo largo del siglo XIX, entre avances y retrocesos del liberalismo. En este siglo, hubo pandemias no tan agresivas pero igualmente desconocidas como la actual del COVID-19, pongamos por ejemplo la del cólera.

Desde el primer brote de 1817, ocurrido en la India, fue conocida como una enfermedad pandémica. Su posterior propagación a lo largo de los sucesivos países de Europa hizo aparecer, finalmente, los primeros casos en España. El primer brote ocurrió a principios de 1833, en el puerto de Vigo, que se repite casi simultáneamente en el sur de España. Surgió en un ambiente político conflictivo e inestable, en mitad de una transición política severa entre al absolutismo y el liberalismo.

La muy reciente muerte de Fernando VII tras la "Década Ominosa" había dejado un estado débil y lleno de conflictos. El segundo brote, pues la pandemia reincidiría a lo largo del siglo XIX, tuvo lugar en 1854, y destacó un héroe muy especial (como estos días lo están siendo nuestros sanitarios, que trabajan para una Sanidad Pública desguazada durante años o las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado), me refiero a Trinitario Quijano, gobernador civil de Alicante.

El 9 de agosto de 1854, se produjeron en Alicante los primeros casos de una extraña enfermedad: el cólera morbo. Se había avanzado poco en su conocimiento desde la epidemia de 1833, cuando incluso se había acusado a los "curas" de infectar los pozos, pues este trastorno infectocontagioso se trasmitía a través de la comida y el agua contaminada de la ciudad. En apenas unas horas, los alicantinos que enfermaban pasaban de los vómitos, diarreas y calambres, a la muerte. Más de 18.000 habitantes fueron infectados en los primeros días.

Una parte importante de la población había escapado a los pueblos y fincas de los alrededores, pensando que la enfermedad quedaría atrapada entre las murallas de Alicante. Pero se equivocaron. La plaga acabó invadiendo toda la provincia. La ignorancia sobre el cólera y la falta de higiene entre los alicantinos, provocaron 1.964 muertes en los 47 días que duró la epidemia.

El 23 de agosto de 1854, Quijano publicó un edicto en el que obligaba la "apertura de todos los establecimientos públicos y tiendas de comestibles, advirtiendo duros castigos y sanciones a los especuladores que vendan artículos de primera necesidad a sobreprecio".

Quijano también mandó despachar recetas gratis de medicamentos (que luego abonaría el Gobierno), concedió ayudas económicas de tres reales diarios a las familias consideradas pobres de solemnidad, otorgó exención del pago de tributos y prohibió los cordones sanitarios que mantenían aislado a Alicante. Todo ello, mientras acudía a visitar a los enfermos, que textualmente, se le morían en sus brazos.

Aquella semana, del 23 al 29 de agosto, fue una de las más terribles de la historia de Alicante: morían más de 110 alicantinos al día, siendo el 24 de agosto la fecha de mayor número con 140 fallecidos. La epidemia se extendió por toda la provincia. El 14 de septiembre, exhausto y agotado por sus viajes a través de la provincia de Alicante, enfermó de cólera. Los médicos tuvieron la amarga decisión de diagnosticarle la infección cuando ya remitían los síntomas entre la población.

Trinitario González de Quijano, un político, Gobernador Civil de Alicante, nada menos, fue del primer a último momento un héroe, a nadie se le ocurrió entonces tacharle de traidor ni culparle de la pandemia, ni de la falta de esfuerzos empleados contra ella. Basta contemplar el panteón construido en tiempos de Isabel II en Alicante.

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