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Siglo XXI ¿menos derechos a cambio de qué?

Mario Martín Lucas
Publicada

El siglo XXI, aquel que soñábamos como el que enmarcaría la conquista de nuevos terrenos para el ser humano, más allá de odiseas en el espacio extraterrestre o en un mundo de nuevos y fantásticos prodigios tecnológicos que hicieran más fácil nuestras vidas, se ha revelado, en apenas su quinta parte, como una pesadilla, en el que las catástrofes se han enseñoreado de nuestras vidas, con pérdidas de derechos, mayor desigualdad social y una merma de la calidad democrática por la que tanto se luchó, especialmente, en los siglos XIX y XX.

Hoy, cuando aún no hemos cruzado el umbral de la mitad del año 2020, los derechos individuales de los ciudadanos son menores que hace dos décadas, pero no nos equivoquemos… ¡Todo es por nuestro bien!, como no se cansan de repetir quienes dirigen nuestro mundo, elegidos a través de nuestros sufragios, nunca antes tan manipulados como ahora, entre medios periodísticos obedientes con el poder y encuestas vomitadas permanentemente para recordarnos el adecuado sentido de nuestro voto.

En los ilusos y felices años 80 del siglo XX, el cantante Miguel Ríos puso banda sonora a los sueños de una generación de españoles que, sin haber vivido la Guerra Civil, sabían bien que querían un futuro alejado de las dos Españas y aquella letra verbalizó su idealización ante el nuevo milenio por venir y la centuria que le daba paso.

"Este es el tiempo del cambio,
el futuro se puede tocar.
Nacen cronistas, brujos y santos
y alucinan con lo que vendrá…

...

Año dos mil,
llega el año dos mil
y el milenio traerá
un mundo feliz,
un lugar de terror,
simplemente no habrá
vida en el planeta,
vida en nuestra tierra”.

Sin embargo el nuevo siglo anhelado pronto dio mensajes en el sentido contrario a los soñados. En el año 2001, exactamente el 11 de septiembre, dos aviones fueron dirigidos hasta estrellarse contra uno de los monumentos de la ambicionada civilización globalizada: "Las Torres Gemelas de New York" que fueron derruidas bajo su impacto, e igual sucedió con el edifico del Pentágono de USA que albergaba la sede del control de la seguridad nacional de los EEUU.

Casi tres mil personas perecieron en aquellos sucesos pero las víctimas, físicas o mentales, fueron muy superiores, naciendo, a partir de esos hechos, una nueva realidad que cambió la forma de viajar para toda la humanidad, impidiendo incluir determinados elementos en sus equipajes (líquidos, recipientes, etc...) además de someter a tediosos controles los desplazamientos de centenares de miles de ciudadanos a lo largo de todo el mundo, restando derechos, sacrificados en el altar de una supuesta seguridad que no ha logrado impedir la sucesión de calamidades.

Además una nueva legislación se abrió paso en USA, creando tribunales militares de excepción, evitando la intervención judicial para intervenir conversaciones entre los detenidos y sus abogados; primando los criterios de la “seguridad nacional” (sin concreciones), en detrimento de los derechos fundamentales de los ciudadanos y priorizando el concepto de “Reason of the State” para conculcar derechos como la intimidad, el secreto de las comunicaciones, la tutela judicial y la libertad individual, entre otros.

Pero el siglo XXI siguió avanzando y fue el marco en el que un pequeño grupo (en su número) de entidades financieras corporativas, potente en su peso y cualificación, decidió que 79 años era el plazo adecuado para volver a recrear la “Gran Recesión” (Crac de 1929) y el momento elegido fue el año 2008. Se había acumulado demasiado tiempo de crecimiento sostenido, casi estable, y la clase media mundial, grande en su tamaño, se había creído en posesión de verdades estables y perdurables, sin entender que el mercado es manipulable por ciertos agentes, siempre que el beneficio a obtener lo justifique… ¡y vaya si lo justificaba!

Los productos financieros «derivados», «opciones», “warrants”, ‘CFD’s”, “swap’s”, etc… se habían abierto paso en los mercados, con los contratos de 'futuros' canjeando operaciones a tipos de interés fijos como sustitución de las negociadas a tipos variables (aún con muy estrechos diferenciales) y quienes representaban la ‘contraparte’ solo tenían una posibilidad para evitarse perdidas multimillonarias, y ella pasaba por hundir, de forma coordinada, los tipos de interés por debajo del valor de las 'opciones' vendidas.

Los 'futuros' comercializados habían creado un escenario improbable, pero el beneficio, más exactamente las posibles pérdidas a incurrir en él, lo hicieron posible y los tipos de interés bajaron hasta dónde fue necesario para liberar a esa potente 'contraparte' de las millonarias indemnizaciones… ¡La segunda gran recesión de la historia estaba servida!, y los ajustes justificados en ella, con millones de víctimas anónimas sacrificadas como las bajas en una gran guerra militar; se ajustaron puestos de trabajo, pero quienes les sustituirían lo harían en peores condiciones laborales y con menores demandas… ¡La cuadratura del círculo perfecto!

Y doce años después de aquello llega la mayor crisis sanitaria conocida en el mundo desde la mal llamada “Gripe española de 1918”, a lomos del coronavirus Sars-Cov-2, creando las condiciones para volatilizar el statu quo económico y el mundo laboral tal como lo conocíamos, hasta poner en peligro cientos de actividades económicas, por falta de rentabilidad, aun creando otras alternativas. Haciendo que los esfuerzos hechos para superar la crisis de 2008 salten por los aires, y que las víctimas sacrificadas en ellos no sean más que una pequeña huella en la historia reciente, como aquellos cadáveres, de más de millón y medio de combatientes, en la Batalla de Stalingrado, simples notas al margen del relato de la Historia.

Pero el siglo XXI no solo ha estado marcado por los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York (2001), la Crisis Financiera (2008) o la pandemia del Coronavirus (2020); tal como así lo atestiguan los 230.000 muertos en el sureste asiático con motivo del tsunami sufrido el 26 de diciembre de 2004, los 320.000 fallecidos en 2010 como consecuencia del terremoto que asoló Haiti o las más de 15.000 víctimas sufridas en circunstancias similares en Japón en 2011. Todo ello con el caso particular del dolor, en clave española, de los atentados del 11-M del 2004 en los que el terrorismo se adueñó de Madrid, en las mismas calles por las que paseamos, usted y yo, cada día.

La sucesión de conmociones sociales en este siglo XXI es constante y el futuro que soñábamos se ha revelado como más negro de lo que nunca antes pudimos pensar. La desconfianza, la falta de certezas hace que la incertidumbre sea el elemento dominante en nuestra contemporaneidad, mientras nuestros gobiernos solicitan nuestra comprensión para la definición de un nuevo mundo en el que nuestros derechos individuales son cada vez menores, sacrificados ante un “bien común” en el que nuestra intimidad dejará de serlo, nuestro expediente médico será consultado en el momento en el que queramos acceder a un recinto público, nuestros movimientos serán tutorizados, y accesibles, por las autoridades supervisoras de la movilidad, nuestros contactos sociales rastreados, nuestros gustos proyectados a futuro, estandarizadas nuestras elecciones y parametrizadas nuestras decisiones ante próximos eventos en base a modelos matemáticos tabulados según las constantes de nuestra forma de hacer o razonar, todo ello dentro de lo que se ha llamado en definir como «nueva normalidad».

Lo mejor y lo peor es que, hasta ahora, solo han pasado veinte años de este siglo XXI y quedan otros ochenta por delante, y la visión de un optimista se debe imponer pensando que esas ocho décadas representan, aún, una gran oportunidad de cambiar la tendencia, claro que si lo que sucede es la misma clave de hasta ahora, quizás nos falte imaginación para visualizar y pensar… ¿Qué más cosas pueden llegar a pasar como argumento para seguir limitando nuestros derechos?

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