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Estatuas y esfinges

Mario Martín Lucas
Publicada
Actualizada

El mayor depredador de las huellas de la historia es el ser humano. Así grandes templos de la antigüedad, con incalculable valor histórico y artístico, fueron derruidos por manos similares a las de los hombres y mujeres que los levantaron e incluso en el siglo XX asistimos, casi en directo, a la demolición de ciudades monumentales como Palmira, en la actual Siria… ¡todo un despropósito!

Lo de borrar huellas del pasado, intentando reescribir la historia, es algo que viene de lejos. Hatshepsut la gran reina faraón de la XVIII dinastía de Egipto, que gobernó durante 22 años (1490-1468 a.C.) sobre el trono de las “Dos Tierras”, tuvo que contemplar desde el lugar que eligió para el descanso eterno, como su nombre era borrado de todas sus obras y referencias a sus hitos.

Muchos siglos después, la caída del muro de Berlín brindó abruptos cambios en los dirigentes políticos de algunos de sus países, de nuevo borrados de su historia, como los casos de la Yugoslavia escindida tras la desaparición de Tito; Rumanía y Alemania del Este con las caídas de Ceacescu y Honecker; o la más cercana, y paradigmática, caída de Sadam Hussein, representada con el derribo de un monumento a su gloria retransmitido en directo para todo el mundo.

En las últimas semanas y con origen de las protestas en EEUU por la muerte de George Floyd tras una práctica policial improcedente y más que discutible, varios monumentos y estatuas de ciertos personajes históricos han sido atacadas, lo cual supone la apertura de un proceso general de revisión de la historia que trasciende la realidad de los hechos, imponiendo la visión del mundo de nuestra contemporaneidad en el siglo XXI sobre hechos, comportamientos y circunstancias sucedidas hace varios centenares de años.

¿Más de 5 siglos después se puede considerar a Cristóbal Colón un genocida?, como mínimo se puede afirmar que ello es más que exagerado, no pudiéndosele responsabilizar, en primera instancia, de las consecuencias que la nueva ruta comercial abierta con el continente americano, pudiera tener para los nativos.

El mismo argumento utilizado sobre Colón y lo sucedido tras su gesta, podría utilizarse por parte de los celtíberos, habitantes de la “Hispania” a la que llegaron los romanos, para expandir en ella sus coliseos, teatros, templos y vías que supusieron la primera red de comunicaciones en la península ibérica. Por no hablar de la extensión del latín como idioma del que proceden todos y cada uno de los lenguajes que hoy se hablan en España, con excepción del euskera. ¿Fueron los romanos también unos explotadores para nuestros antecesores?

Que otros personajes de la historia como George Washington o Winston Churchill hayan sido objetivo de este revisionismo de la historia, en clave subjetiva, no hace sino hacer más estruendoso el sistema por el que se llega a decidir que ello sea así, respondiendo a espasmos de un origen demasiado reducido y sin ningún contraste objetivo, ¿por qué esos y no otros? Todo demasiado cercano a procesos y tomas de postura que recuerdan, en exceso, al nazismo: ¡o conmigo, o contra mí!

Hasta Miguel de Cervantes, insigne escritor reconocido en la cúspide de la literatura mundial a lo largo de la historia, junto con William Shakespeare, ha visto, en estos días, atacado su monumento en el parque Golden Gate de San Francisco, al ser pintada sobre él la palabra “bastardo”, ¿por qué?, ¿cual fue su presunto delito?… todo ello sin haber estado nunca en el continente americano.

Pero otros muchos como Fray Junípero Serra (beatificado por Juan Pablo II en 1988 y canonizado por Francisco en 2015), Ulysses S. Grant o Theodore Roosevelt, han sido incluidos en esta lista de juzgados siglos después de su muerte, sin tribunal, juez, ni jurado.

Ante todo este proceso contra ciertas estatuas y el recuerdo a la huella de quienes son representadas en ellas, quizás sea adecuado pedir una cierta atemporalidad ante estas revisiones de la historia, con ojos exclusivos del momento actual, solicitando una cierta pose de esfinge como la que contempla nuestro mundo desde el siglo XVII a. C. en el desierto de Gizeh, impertérrita ante todo lo que en el mundo ha conocido desde entonces, y son bastantes cosas, sus contrarias y viceversa, aportando la perspectiva de la paradoja que según la leyenda planteó a Edipo: “¿Cuál es la criatura que en la mañana camina en cuatro patas, al medio día en dos y en la noche en tres?”.

”La respuesta es el hombre, que en su infancia gatea con sus manos y rodillas, que es como tener cuatro pies. Cuando es un adulto camina en dos pies. Y en el anochecer de su vida, cuando es un anciano, usa un bastón, lo que equivale a caminar en tres pies”, y quizás todos estos revisionistas juzgan sin entender la “completud” (término utilizado en el ámbito del coaching, aunque el uso adecuado según la RAE es «completitud») del ser humano, ni siquiera la suya propia, con sus distintas perspectivas, a lo largo de su vida, pasen años o siglos.

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