En 1987 se tradujo al español la obra de Norbert Elías La soledad de los moribundos. Profundiza en la dimensión social de la etapa conclusiva de la vida. Sus resultados son ásperos: se evita todo indicio de la muerte y se reprime su dimensión social que busca consuelo ajeno ante el recuerdo vivo del inerte ser querido.
Para evitar su angustia, o se niega su existencia o se incurre en la llamada inmortalidad personal, es decir, aceptarla, pero como algo lejano, inapreciable a los sentidos.
La muerte se ha apartado de la vista de los hombres, se oculta su existencia porque como dijo Blaise Pascal: no habiendo podido remediarla se ha convenido no pensar en ella.
Los ancianos y, para ser más precisos, todos los considerados ancianos, con independencia de edad y circunstancia, quedan englobados en ese colectivo clandestino olvidado.
Alejados del cariño del allegado, del calor de sus casas, de los recuerdos de viejos muebles y fotografías. Es un fenómeno generalizado por todo el mundo.
Naciones Unidas publicó en su website el 27 de marzo de 2020 una noticia denunciando el abandono de ancianos en residencias durante la pandemia que aún padecemos evidenciando, como afirma Kornfeld-Matte, el desprecio de las sociedades por la vejez.
En muchos países en donde no se adoptaron medidas eficientes contra su propagación soportaron un giro cruel y despiadado de la enfermedad produciendo mortandad en un colectivo especialmente significativo.
Especial, porque participaron en la reconstrucción de países devastados por guerras; especial, porque su condición de vulnerable, por su fragilidad, es indicativo del grado de civilización de las sociedades.
Más civilización implica más evolución y más protección porque supone incorporar todo avance que aleje la rudeza animal.
Confluyen en la situación actual de la pandemia dos elementos diferentes pero relacionados.
Por un lado, los ancianos son personas con una dignidad propia: son singulares, insustituibles e irrepetibles. Integran la sociedad e interaccionan con los demás fundamentando los principios de verdad, justicia, igualdad, libertad y participación. Requieren de una especial protección porque la dignidad es un concepto protegido por tratados internacionales: la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 7 de diciembre de 2000 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre 1948, entre otros.
Por otro lado, en cuanto los ancianos se encuentran en organizaciones públicas o privadas quedan a merced de la eficiencia del directivo de cuya agudeza y previsión depende su vida. Así de sencillo, así de complejo y así de injusto.
Toda gestión viene marcada por el carácter y el humanismo de cada gerente, por eso cada organización es diferente y particular.
En tiempos de pandemia se precisa desarrollar talentos más y mejores que en otros momentos más confortables.
Ya no se trata de despachar lo cotidiano e intrascendente, sino gestionar retos ignotos sumidos en una incertidumbre que puede ocasionar muerte dolorosa o secuelas invalidantes.
La incertidumbre es consecuencia de errores de predicción al decidir ajustes presentes para enfrentarse a condiciones futuras. Se necesita del poder de la intuición, conocimiento sin intervención de la deducción o de la razón. Una cualidad que precisa de coraje para que ese talento se imponga. Alguien dijo que el coraje en el talento es la grandeza del genio… o quizás del valiente.
La tecnología ayuda a los países y a sus sociedades. Hans Honas extrajo de ello un imperativo de responsabilidad impuesto a las sociedades tecnológicas: asumir la precaución y el cuidado, porque se cuentan con medios técnicos para prever y prevenir calamidades.
Nadie dijo que la protección a la dignidad fuera cosa sencilla, que proteger la vida fuera bagatela, simple menudencia, porque el hombre no es una máquina que pueda encenderse o apagarse; ser retirada y posteriormente exhibida.
La vejez testimonia la juventud que se fue y pasó: cauce de terruño cuarteado por el sol, sacrificios en tiempos de frío y hambre, vidas invertidas en ilusiones para hijos futuros.
Guardan la memoria auténtica de lo que sucedió. Datos que facilitan un punto cardinal hacia donde orientar su singladura vital.
En definitiva, la indolencia hacia los ancianos y lo que representan son semblanzas intensas que hoy reconocemos en muchos lugares y en distintas personas. El postmodernismo deja su triste impronta sustituyendo el orden por lo caótico.
…Como escribió Lipovetsky: "Sin innovación, sin audacia, el postmodernismo se contenta con privilegiar los impulsos más bajos antes que los más nobles. Se prima el egoísmo renunciando todo compromiso".
Está en juego una sociedad construida sobre principios humanistas que defienden la dignidad innata de la persona.