Un cierre se echa en un comercio en una de las más céntricas y conocidas calles de Madrid, nada nuevo bajo el sol, pero la intempestiva hora, a mitad de la mañana de un día laboral, llama la atención del solitario paseante que cruza ante su fachada.
La curiosidad hace que cambie de acera y pregunte al operario si ha ocurrido algo precipitado. A lo que su interlocutor le dice: “Sí, claro... la crisis, el virus, la falta de clientes, de turistas -nacionales o extranjeros-, la pena y la tristeza”.
Poco más arriba, le sorprende el silencio que inunda la calle Postas, habitualmente bulliciosa, hasta que repara en que las terrazas habitualmente montadas no lo están… y que “La Posada del Peine”, fundada a comienzos del siglo XVII, exactamente en 1610, está cerrada, en una gran alegoría de esos cinco siglos de actividad ininterrumpida truncados por el coronavirus Covid-19, con su brutal impacto en nuestra sociedad.
Sin embargo, en cualquier ciudad del mundo, es habitual encontrarnos con comercios y establecimientos que se mantienen a lo largo de nuestra vida. Eso sucede en mi caso, con Madrid.
En los meses que llevamos vividos de éste histórico año, esa cotidianidad, ha sido truncada, con los efectos que están abocando a todo el comercio y la industria minorista, sometiéndoles a una gran prueba de supervivencia, mucho más allá de lo que nunca hubiera podido ser imaginado, impactando en marcas y negocios que sí supieron gestionar las consecuencias de otros grandes desequilibrios, inestabilidades e incertidumbres que devinieron en terremotos sociales como los sucedidos tras las dos guerras mundiales; el crack bursátil y financiero de 1929; la Guerra Civil sufrida en nuestro país; la crisis del petróleo de los años 70 del siglo XX e, incluso, de la ‘mal llamada’ “Gripe Española” que asoló el mundo entre 1918 y 1919, generando más de cincuenta millones de muertos.
Es una certeza que las consecuencias económicas de la pandemia que estamos sufriendo se ven agravadas por no haber terminado, aún, de superar, ni digerir, los efectos de la crisis financiera de 2008. Realmente estas dos crisis encadenadas en el margen de, tan sólo, doce años, multiplican los efectos individuales de cada una de ellas, y de entonces para acá varios de los negocios centenarios que sobrevivieron más de diez décadas entre las calles madrileñas, vieron como se echaba el cierre sobre ellos.
Fueron casos como los de “Palomeque” (2018) comercio abierto al público en 1873, dónde recabar elementos para el “belén navideño” era una tradición mantenida de generación en generación; “La Camerana” (2016) negocio textil inaugurado en 1854, especialista en ropa térmica que echó el cierre definitivo (2018) 162 años después de haberlo abierto por primera vez, en caso similar al de “Camisería Hernando” (1857) cerrado en 2015, tras 158 años de historía y ventas.
Aún son varios los comercios centenarios de Madrid, como los de otras ciudades, que luchan por su pervivencia, enfrentándose al cambio que toda crisis supone. Desde “Lhardy” fundado en 1839 como el primer autoservicio de España y ahora tradicional restaurante dónde el cocido madrileño es especialidad y delicatessen, a la “Taberna de Antonio Sánchez”, la más antigua de la “Villa y Corte”, cuyos fogones se encienden cada día desde 1768, pasando por el casticismo de “Casa Labra” (1860).
Con otros tantos, más allá del sector de la restauración, luchando por mantener su legado, como son los casos de las zapaterías “Calzados Lobo” (1897) o “Calzados Pradillo”, con su eslogan del “sanatorio de los pies” vigente desde 1886; la pastelería “El Riojano” (1855) o “La Antigua Relojería de la calle de la Sal” (1880).
Todos estos negocios constituidos en signo de resistencia ante los efectos de las crisis encadenadas de un siglo, el XXI, en cuyos orígenes se perciben unas manos humanas que las alejan de espontaneidad y aleatoriedad. Desde luego, así fue con la crisis financiera, resultado de un cambio de paradigma en los mercados bursátiles que identificaron el terreno ‘bajista’ como el caldo de cultivo de los beneficios para unos pocos, contra el interés de la mayoría. Igual se intuye con un virus que hoy parece más cierto, y real, como consecuencia de estudios de laboratorio, dirigido a crear un tsunami en las relaciones comerciales internacionales, cuyas consecuencias están cambiando el mundo económico y social tal como lo conocíamos.
El siglo XXI, en tan solo sus veinte primeros años acumula dos grandes crisis sistémicas, y la inercia parece contradecir la esperanza de que en los ochenta restantes no las haya nuevas y cada vez con efectos más devastadores. Especialmente por la mano del hombre oculta tras sus orígenes, en contraposición a la cultura del bien común social que suponen esos negocios más que centenarios, que siguen en su pelea por permanecer en nuestras calles, en una lucha que tiene más de bohemia que de pragmática y, quizás, condenada a no conocer el siglo XXII.