Todos hemos metido un gol con la mano alguna vez. Conocemos la sensación de haber superado una prueba del destino sabiendo que no hemos jugado limpiamente: un examen de la universidad, aquella novia que, de milagro, no nos pilló haciendo lo que no debíamos, el informe que le colamos al supervisor y que en realidad era una mala copia de otro anterior, o al apropiarnos de una receta de cocina que hemos visto en la red. Pequeñas o grandes mentiras piadosas que más allá de apañarnos el mometo, también pueden llegar a cambiarnos la vida.
Sin embargo, para librarnos de este año desgraciado que no parece querer despedirse sin aspavientos, no ayudan las pequeñas triquiñuelas políticas, ni los anuncios a bombo y platillo, ni los goles con la mano en el barro de la política, porque la realidad se impone soberana es el ritmo impasible de su tic tac, igual que un dios del olimpo, sobre nuestros ridículos intentos por despachar el asunto rápidamente.
Y es que, por mucho que nos pese, después de este 2020 el mundo que vendrá será otro diferente, si no lo es ya y todavía no lo percibimos por seguir confinados interiormente. Nos haría falta una bola de cristal para saber a ciencia cierta, cómo será el mundo que habitaremos tras los derrapes que vivimos. En cualquier caso, algunas cosas habrán pasado a la Historia para quedar relegadas como vestigios de un tiempo anterior, quedarán como cachibaches antiguos de los que se venden en el rastro de Madrid un domingo por la mañana. Discretamente, arrolladas por la avalancha cotidiana de las noticias habituales, se deslizan las informaciones sobre figuras que pasan a mejor gloria llevándose consigo una parte del mundo que habitamos los que nos quedamos en este teatro fascinante que es la vida.
Ha muerto Maradona, y con él comienzan a desaparecer referencias de infancia de varias generaciones, que pronto para la generación venidera, no serán sino soniquetes viejos como lo eran para mi generación los nombres de otros que ya no soy capaz de escribir aquí. Después de Maradona, que no era una persona cualquiera -Calamaro dixit-, llegará otra realidad. Sin Valdanos que logren con la palabra que el fútbol parezca ajedrez sobre el césped.
No me maltraten en redes, si digo que lo que nos espera será vivir bajo la amenaza latente de que llegue un nuevo virus, o de cualquier otro fenómeno que nos venga a tocar los enseres de la trastienda, las mascarillas como realidad cotidiana, y, cómo no, cierta distancia hacia los demás y hacia uno mismo, combinada con la cercanía sofisticada de las pegajosas videoconferencias que nos pixelan el rostro y el alma. En la realidad que se avecina debemos intentar que nuestros goles suban al marcador, aunque sean con la mano.