Las tres Españas

Aplausos desde las ventanas.

En los primeros años veinte del pasado siglo Antonio Machado publicó sus Cantares, en los que vaticinaba que al 'españolito' naciente de su época le tocaría vivir 'entre una España que muere y otra España que bosteza'.

A la vista de nuestro presente, pandémico y prepandémico, podría afirmarse que esa división de España entre murientes y bostezadores pervive, que es atemporal y eterna.

Quizás hoy, a esas dos Españas, añadiría una tercera intermedia. Ignoro si ya existía hace casi cien años, pero en nuestros días se manifiesta de forma pujante en ámbitos y realidades muy diversas. Me refiero a la España aplaudidora. Hoy no hay casi ningún acto, trascendente o no, en el que no se aplauda como si fuera la vida en ello: a los profesionales de la sanidad, al interfecto en un funeral, a la primera anciana que se vacuna frente a la Covid-19, al primer paciente dado de alta, a un loro rescatado por los servicios de emergencias en un árbol de Sevilla en plena pandemia o al niño en su primera, y casi imposible, Comunión. Eso sí, hay que señalar que la acción que moviliza el aplauso ha de ser breve. Si se prolonga más de lo necesario (ríanse de las transmutaciones alquímicas) los aplausos se convertirán, sin solución de continuidad, en bostezo.

El encuadre de la sociedad en las tres categorías citadas puede parecer intrascendente desde el punto de vista práctico, pero nada más lejos de lo cierto. La clasificación determina y hace más comprensible cualquier realidad a la que nos aproximemos, porque la inmensa mayoría de las personas puede ser encuadrada fácilmente en el grupo de aplaudidores, bostezadores o murientes, y unidos determinan todas las decisiones en la comunidad, en la política, en la sociedad, en la España de Machado y en la actual de casi nadie.

Quienes no encajan en ninguna de esas tres realidades constituyen un grupo ínfimo, casi maldito, tan insignificante que no merece ser tenido en cuenta, porque no deciden nada en condiciones cotidianas. Son como un 'Pepito Grillo' de todas las conciencias. Son útiles coyunturalmente, para fines muy concretos, a corto plazo. Si persisten en sus ideas públicamente corren el riesgo, como con los aplausos excesivos, de provocar el hastío y la indiferencia. Si hubiera que asignarles un nombre podríamos denominarles 'sufridores'.

¿No me creen? Observen la realidad. Den al interruptor de la televisión. Tras lo expuesto, fácilmente podrán saber el grupo al que se dirige el programa, la noticia, el mensaje y/o la basura que se emite en ese momento.

Otro ejemplo. Escuchen a cualquier político durante 15 o 20 segundos (soy consciente del esfuerzo que les pido), ¡y niéguenme que no son capaces de saber a cuál de los tres grupos se dirige su oratoria! Pero si no lo distingue, si se siente atraído por el mensaje, no sufra demasiado, le puede pasar a cualquiera, siga siendo tan plácidamente feliz, vigílese para no caer en el simplismo previo a la muerte de facto y, sobre todo, no intente convertirse en líder político por el bien de todos nosotros.

Busquen más ejemplos, ¡hay miles! Disfruten con el pasatiempo y no se preocupen si no disciernen entre quienes bostezan, aplauden o mueren... Peor era (o no) lo de la estupenda película de Amenábar, en la que los protagonistas creían estar vivos.