Liniers Bremond frente al mundo

Retrato de Santiago de Liniers y Bremond del Museo Naval.

En Santiago de Liniers Bremond (Niort, 1753), último virrey del Río de la Plata nombrado por monarca de España, se erige el ideal romántico de la tragedia personal y política. El hombre como víctima de una naturaleza caprichosa dirigida por hados perversos. Acontecimientos erráticos, con ímpetus destructivos. Vientos sin rumbo que fuerzan naufragios vitales.

Los Pactos de familia suscritos entre España y Francia durante el siglo XVIII permitieron que Liniers y Bremond sentara asiento como oficial en el Real Colegio de Guardias Marinas de Cádiz en 1776.

Tuvo una corta pero intensa carrera naval. Participó en la expedición de Ceballos a Ro Grande en 1776, en la guerra contra Portugal.

Combate en la campaña contra Inglaterra en la flota franco-española al sitio y rendición de Mahón y el bloqueo de Gibraltar. Por sus actos de guerra es ascendido a capitán de fragata en 1782. Llega a Rio de la Plata en 1788, ocupando durante años diversos destinos.

Desde su apostadero en la Ensenada divisó a la importante flota británica que conquistó Buenos Aires bajo la insignia del general Beresford el 27 junio de 1806.

Desde aquel momento ideó la liberación de la ciudad junto al gobernador de Montevideo, brigadier Huidobro.

Cuando el marino se presentó ante la ciudad, entregó una misiva al oficial inglés. Con arrogancia concedía 15 minutos para deponer las armas y entregar la ciudad: «O dispuesto al partido de librar sus tropas a una total destrucción o a entregarse a la discreción de un enemigo generoso».

El inglés aceptó la rendición.

El 14 de julio de 1806 el virrey Sobremonte delega en él la jefatura de las fuerzas militares. Pero todavía el virreinato está vacante oficialmente.

Volverá a defender Buenos Aires, de nuevo contra la flota inglesa, esta vez bajo la insignia del general Whitelocke, el 5 de julio de 1807; intento de conquista repelido. Fue entonces cuando es aclamado y vitoreado por el pueblo para ser virrey. Único caso en la historia de esta institución administrativa. El rey no se opuso.

Liniers llega, al fin, a su destino vital que lo cincelará en la eternidad.

Formalmente juró su cargo el 16 de mayo de 1808.

España sufría la invasión de Francia. El origen francés de Liniers suscitaba recelos en Buenos Aires y en Cádiz que fue aprovechado por sus enemigos.

Su juramento de acatamiento a SMC Fernando VII y a la Junta Suprema Central y Consejo de Regencia de España e Indias le impedía pactar con Napoleón y su hermano José I, a la sazón rey de España, que le hubiera supuesto importantes ventajas personales y patrimoniales.

No lo hizo. Y así lo comunicó al marqués de Sassenay, enviado por el emperador. Lo reemplazó Cisneros en julio de 1809 por suspicacias del todo infundadas sobre su nacionalidad, el mundo no comprendió el calado de la palabra integridad.

Fueron pocos años de gobierno, pero intensos en conflictos: contra ingleses, contra portugueses, contra propios y extraños… contra el sino de acontecimientos en constante reto.

No regresó a España para ser enjuiciado en el llamado juicio de residencia. La animadversión contra los franceses en la Península era tan acusada como para que obtuviera un juicio objetivo.

Optó por retirarse a Alta Gracia, en Córdoba (Argentina), a una apacible vida de hacendado.

La Revolución de Mayo en 1810 en Buenos Aires da por extinguido el virreinato. Eso motivó su regreso a una obediencia que ya no era del todo suya, oficialmente, pero el honor no entiende de fechas. Junto a su amigo Gutiérrez de la Concha y otros realistas intentaron la recuperación de Buenos Aires.

Detenidos todos, la lealtad de Liniers a la Corona solo invitaba a lo infausto y perverso. Ese mismo honor, vilipendiado y cuestionado por casi todos, sí, estaba fundido con España. Pero a pocos importaba ya.

El 26 de agosto de 1810, en el monte de los Papagayos, cerca de la posta Cabeza de Tigre, en Córdoba (Argentina), su lealtad se hizo inmortal.

Fue el fusilamiento más controvertido que ordenó la Junta. Nadie pudo evitar la furia del jacobismo revolucionario. Es frase suya en el patíbulo:

« […] el Señor, el que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. El que me ha precavido en tantos peligros me precaverá en los presentes, si así me conviene y es arreglado a su justicia; pero si por sus altos decretos hallase en esta contienda el fin de mi agitada vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables culpas este sacrificio […]».

Ante ello, por ello, mencionar lo que versó Rubén Darío:

«[…] Era bueno, era puro. Era lo que hay que ser/Cuando se trae en el hombro la piedra del deber […]».

Su hijo, Santiago Liniers y Membielle, regresó a Málaga con su tío D. Juan de Membiela.

Se le concedió póstumamente título de Castilla.