La tríada de la civilización occidental

La ciudad de Nueva York.

Sería muy difícil por no decir imposible poder explicar Occidente sin los aportes fundamentales de Atenas, Roma y Jerusalén. No en un sentido físico o geográfico sino como categorías civilizatorias. Atenas, como núcleo de la cultura helénica, de su filosofía; Roma con su jurisprudencia y política; Jerusalén, como centro de la tradición judeocristiana. Estas tres ciudades constituyen los pilares simbólicos sobre los que se sustenta Europa y por extensión la cultura occidental, atendiendo al desarrollo de la historia universal y a su influencia global. Aunque la civilización humana es una decantación plural, sus fuentes primarias se encuentran indudablemente enraizadas a esas tres ciudades. Tal es su centralidad, que la caída de cualquiera de esos tres pilares supondría el derrumbe del templo civilizatorio.

La Modernidad, en su dimensión política de base gnóstica y nominalista, trató de alterar y suplantar los cimientos civilizatorios. Nuevas "ciudades" pugnaron por esa primacía civilizatoria. Metrópolis imperiales que aspiraron a dar realización a las ideologías que animaban su espíritu revolucionario. París, Londres, Berlín, Moscú… ¿Consiguieron su objetivo de afirmarse como pilares fundamentales de Occidente? La Revolución Francesa culminó en el despotismo de Napoleón y éste fue derrotado en los campos de batalla, comenzando por la entonces católica España. El Imperio Británico se fue marchitando lentamente hasta perder todas sus posesiones esclavistas y expoliadas. Hitler se suicidó en su búnker de Berlín después de dejar la Alemania del Tercer Reich y a casi toda Europa en escombros. Los zares fueron derrocados por los bolcheviques pero el comunismo soviético no pudo sostener el pulso del capitalismo neoliberal e implosionó finalmente en 1991.

En nuestros días, es Nueva York la urbe que opera icónicamente como la megalópolis mundial, al representar esa “expresión babélica” a la que se refirió Arnold Toynbee en su Estudio de la Historia. Nueva York es la capital del Imperio Global, centro financiero mundial y de la cultura cosmopolita posmoderna, la Nueva Babilonia. Pero ¿realmente debe y se merece compartir el privilegio de figurar junto con Atenas, Roma y Jerusalén como pilar civilizatorio? De ningún modo. Nueva York, a pesar de su condición actual de metrópolis del capitalismo neoliberal, no deja de ser un sucedáneo reciclado de Londres, una suerte de sucursal de la City, su “madre biológica”. Nueva York es poco “nueva” en muchos sentidos. En propiedad, es la sucesora del viejo modelo imperial anglosajón pero maximizada y potenciada a escala neocolonial por Wall Street, con apoyo del complejo militar-industrial dirigido desde el Pentágono, en Washington. Lo dicho, Nueva York es el escondite renovado del mismo espíritu de los piratas británicos de siempre, pero exportada a América como plataforma expansiva en su dimensión financiera y militarista.

Nadie sabe si los tres pilares fundamentales del templo civilizatorio podrán sustentarlo por más tiempo teniendo en cuenta las últimas acometidas de la Nueva Babilonia, agonizante ante el empuje de los mandarines al otro lado del orbe. El templo de la civilización occidental amenaza ruina y no hay ningún plan de reestructuración a la vista, sólo huidas hacia delante, parches, discursos evasivos y distracciones masivas.

Mientras tanto, inmensas megalópolis asiáticas llaman a la puerta del templo civilizatorio. Urbes colosales, pujantes y populosas se extienden en impresionantes conurbaciones y piden su turno para hacer historia. Bombay, Hyderabad, Nueva Delhi, Calcuta, Manila, Islamabad, Shenyang, Bangalore, Karachi, Pekín, Shanghái, Hong Kong, Cantón, Macao, Yakarta, Ho Chin Min City, Hanoi, Kuala Lumpur, Nagoya, Shenzhen, Tianjin, Seúl, Madrás, Taipéi, Kioto, Ahmadabad, Teherán, Daca, Xi´an, Bangkok… y la también ahora muy célebre Wuhan. ¿Serán capaces estas gigantescas urbes de respetar el legado de la civilización habitando su templo pacíficamente o terminarán de derribarlo? De lo que hagamos nosotros y hagan sus habitantes con nosotros (o con nuestros despojos) depende nuestro futuro inmediato y el legado de las próximas generaciones.