Un sólo día no hace historia del mismo modo que una golondrina no hace verano. Digo esto, porque la perspectiva del tiempo suele ayudar a enfocar el presente y nos permite ubicarlo en sus justos términos. El 8-M también necesita ser entendido desde el pasado. Es una cuestión de honestidad intelectual.

Actualmente, a pesar de que la mujer es un género de la especie humana y no así una categoría ideológica, y a pesar de que hay mujeres de derechas, de izquierdas, neutras o abstencionistas, religiosas, ateas, bohemias o conservadoras, y, en general, de todas las condiciones sociales y económicas, parece que el movimiento de reivindicación de los derechos de la mujer participa de un marchamo digamos izquierdista, y da la impresión, por otra parte, de que el día de la celebración de este importantísimo movimiento sociopolítico tiene que ver solo con la mujer, como si lo femenino fuera algo de lo que solo participan ellas y los hombres nos sintiéramos excluidos.

No obstante, el feminismo no es una porción de la tarta ideológica de la izquierda. Al contrario, tanto a la derecha como a la izquierda cabe reprocharles haber mantenido el sistema patriarcal durante todo el siglo XX y lo que viene corrido del presente. A mis hijas, ambas feministas moderadas, les suelo explicar estas cosas y ello porque, del mismo modo que quiero que sean iguales a los hombres, también quiero que les superen en sabiduría.

La cosa es, valga la redundancia, que la izquierda (y la derecha por descontado) se olvidó por completo de la mujer durante el siglo precedente, centrando todo su proyecto político en la reivindicación de los derechos de los obreros industriales, con exclusión tanto de los obreros del campo, como de las mujeres, quienes, como digo, no fueron siquiera convidadas de piedra. Huelga decir, por otra parte, que el sistema patriarcal tampoco ha sido abandonado por los partidos políticos. La izquierda que hoy reivindica el movimiento feminista, obvia su historia olvidadiza de la mujer, y obvia su propio presente.

Antes de mayo del sesenta y ocho, los movimientos de reivindicación de los derechos de la mujer comenzaron en las iglesias baptistas de Estados Unidos, donde, por cierto, también empezaron los movimientos de denuncia del segregacionismo racial. Estados Unidos une a su tradición moral y hasta a veces un poco teocéntrica –“In God We Trust” apostilla el billete de dólar– un sentido parroquial de los movimientos sociales.

En las parroquias baptistas, digo que se inició el movimiento de reivindicación de los derechos de la mujer, un movimiento luego adherido al mayo del sesenta y ocho francés, y el único que ha sobrevivido a De Gaulle. Desde mayo del sesenta y ocho, se construyó el imaginario de los derechos del ciudadano frente al Estado como un logro de la civilización. Paradójicamente, muchos líderes juveniles de entonces, principalmente los hombres, acabaron integrando los consejos de administración de muchas empresas, cuando no las ejecutivas de los partidos políticos patriarcales donde la mujer tenía el mismo sitio que en los colegios cardenalicios.

La mujer, desde un inicio, fue consciente de que sus derechos no eran asumidos por los partidos. Si hoy día los derechos de la mujer se asumen como una reivindicación partidista, es porque la mujer se ha convertido en un objeto de reivindicación propagandística, pero no porque, en sí misma, represente para las ideologías un claro sujeto de derechos sociales y políticos.

Sin embargo, hay que notar que, desde un punto de vista sociológico e histórico, la independencia de la mujer deviene un logro producido por la confluencia de diversos factores socioeconómicos y científicos que no pueden ser obviados, factores que, por otra parte, se produjeron en las sociedades capitalistas antes que en ninguna otra. La invención de la cadena de montaje de los automóviles por parte de Ford, así como el descubrimiento del anticonceptivo, y, finalmente, la industria de la moda, han constituido las verdaderas plataformas de transformación social de la mujer.

Si los anticonceptivos le permitieron planificar la reproducción, los electrodomésticos fabricados en serie, y, por tanto, más baratos, la sacaron del esclavizador trabajo doméstico favoreciendo el trabajo fuera de casa, todo lo cual sucedió en Estados Unidos antes que en ninguna otra sociedad. Por otra parte, la moda, y no los programas ideológicos de los partidos, ha sido el escaparate desde el que la mujer ha mostrado su rebelión frente a los patrones socio culturales opresivos de un patriarcado que constreñía su apetito de libertad.

Así, desde hace décadas, la mujer viene reivindicando su liberación a través de conquistas textiles que, centímetro a centímetro, le han permitido su afirmación ante un mundo tejido desde las costuras patriarcales mercantiles y políticas donde el hombre dominante ha cedido, finalmente, parte de poder. Tal es la incontestable realidad.

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