Opinión

Los ojos de mi abuela

Jesusa.

Jesusa.

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A mi abuela, como en la canción de Víctor Manuel, unos hijos se los llevó la guerra, otros la mina y el agua de las calamidades propias de los comienzos del siglo XX.
Tuvo veinte hijos. Tres fallecieron de muy niños y ella, a los 43. Se desangró al parir el último, el más guapo de todos, que caería en el frente de Oviedo defendiendo la República. Al final, sobrevivieron cinco. Uno de ellos, mi padre.

Jesusa, así se llamaba mi abuela, era natural de la Felguera, la villa más poblada de la cuenca minera asturiana. Se casó con Nicanor, minero. Uno de sus hijos lo mató la tuberculosis mientras cumplía el servicio militar en Logroño. Fue a su sepelio y aprovechó para comprar una garrafa de Rioja. Al llegar a Asturias, a la localidad de El Entrego, la Guardia Civil quiso requisarle el vino a no ser que pagara impuestos de aduana. Lleno de ira estrelló el recipiente contra el suelo. Eran los años de la dictadura de Primo de Rivera. Falleció de silicosis a los 63 años.

Poseo una foto donde Jesusa aparece rodeada de varios de sus hijos. Sus manos sostienen al más pequeño. Llama la atención la aspereza de los dedos que indican una vida dura y laboriosa en la braña de Ximiniz (no Gemenediz, manía castillanizante) rodeada de vacas, prados y montes de castaños. Al poeta le encantan los cabellos recogidos que dan redondez a su rostro. Y esos ojuelos que aún brillan porque nos miran risueños y plenos de ternura desde su belleza centenaria.

Los ojuelos de mi abuela
son tan tiernos como el trigo
que en el horno de los siglos
cuece un pan que nunca quema.
Hoja fina de maíz
es su sonrisa discreta,
huele a mañana abierta
vencedora del orpín (1).
Con su mirar tan redondo
y su pelo recogido
me ha derrotado el olvido,
me apresa, lo puede todo.
Los ojuelos de mi abuela
no pertenecen al tiempo,
son flores de pensamiento,
luciérnagas que se renuevan.

(1) Voz bable, significa llovizna, orbayo.