Konrad Adenauer, Robert Schuman, François Miterrand, Helmut Kohl, Valéry Giscard d’Estaing… e incluso los británicos Winston Churchill o Margaret Thatcher, han sido ejemplos de ejercicio de un liderazgo europeo que hoy, en este primer año de la tercera década del siglo XXI, es solo un desvaído recuerdo, pues las instituciones de la Europa Unida están gestionadas actualmente por funcionarios, de alto nivel por los puestos que ocupan, pero que no son referencias ni para los ciudadanos a los que deben gobernar, ni tampoco para las ingentes tropas de altos cargos, excelentemente remunerados, que dependen de ellos.

Mientras los líderes de EEUU, China o Rusia toman decisiones de por sí, en el seno de Europa las deliberaciones y las interminables reuniones son lo dominante en las instituciones de la Unión Europea, con posiciones tibias que muchas veces son el resultado del bloqueo de algún frente compuesto por un determinado grupo de países, frente a otro, u otros.

El alto nivel ejecutivo dentro de la Unión Europea, lo que podríamos expresar como su cúpula, se compone, por una parte, de la presidencia de la Comisión Europea, actualmente ocupada por la alemana Ursula von der Leyen, que representa el poder ejecutivo y la iniciativa legislativa; por otra parte, de la presidencia del Consejo Europeo, desempeñada actualmente por el belga Charles Michel, formado por los jefes de Estado o de Gobierno de todos los Estados miembros; y finalmente por la presidencia del Parlamento Europeo, que actualmente recae en el italiano David Sassoli.

El antecesor de la señora Von der Leyen, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, que ocupó ese cargo durante cinco años, afirmó en 2017 que “Europa funcionaría mejor si fusionásemos los cargos de presidente de la Comisión Europea y del Consejo Europeo” y efectivamente ello facilitaría la toma de decisiones a una forma más ágil, pero entonces los presidentes o primeros ministros de los países miembros, perderían peso, no tanto en las deliberaciones, pero sí en la toma de postura y, todos ellos, más allá de su sensibilidad política, se resisten a ese ‘viaje’ y parece que lo harán durante mucho tiempo. Unión sí, pero solo para algunas cosas y según que circunstancias.

En todo caso y más allá de lo farragoso de la organización interna de las instituciones comunitarias, la pérdida cualitativa del rasgo de liderazgo entre quienes ocupan su primer nivel ejecutivo parece en un proceso sin vuelta atrás.

El episodio vivido en Estambul hace unos días, conocido ya internacionalmente como 'SofaGate', en el que durante la visita de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, a Recep Tayyip Erdogan, solo había un sillón preparado, a la altura del propio presidente turco, para recibir a tan nobles huéspedes, que fue ocupado por Mr. Michel, mientras la señora Von der Leyen, primera autoridad del poder ejecutivo en la Unión Europea, se sentaba en un sofá aledaño a la misma altura de otro ocupado por el canciller turco, fue una peripecia que escenifica la falta de poso (quizás también de peso) político de ambos líderes de la UE. 

Primero, la señora Von der Leyen debería no haber aceptado sentarse en un lugar accesorio a su rol, no ya por ella, sino por los ciudadanos europeos a los que representa, ¿alguien se imagina, por ejemplo, a la señora Thatcher aceptando la situación tal como hizo doña Úrsula? Y por otro lado, Mr. Michel no debería haber aceptado sentarse en el sillón puesto a la altura del señor Erdogan, mientras no se hubiera reparado el fatal error, quizás no tan solo de protocolo como se intenta decir, especial y curiosamente, en un país como Turquía.

El uno y la otra, tanto Charles Michel como Ursula von der Leyen, no solo se hicieron un flaco favor a sí mismos, si no a toda la Unión Europea y a los cuatrocientos cuarenta y seis millones de ciudadanos agrupados en la representación de su bandera azul con doce estrellas doradas.

Y es que tal como afirmó el jurista e historiador mexicano Jesús Reyes Heroles: “En política, la forma es fondo”, y estos altos funcionarios europeos parecen no haber alcanzado aún el necesario liderazgo para desempeñar de forma apropiada sus responsabilidades.

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