Un imperialismo instalado en todas las potencias del s. XIX, sea en Europa, sea en EEUU, persiguió y alcanzó extender sus fronteras en todos los continentes.

La Inglaterra victoriana del s. XIX, por ejemplo, alcanza su mayor expansión territorial: Canadá británica, Guayana británica, Honduras británica, Sierra Leona, Nigeria, Sudáfrica, Rodesia, Kenia, Tanzania, Sudan, Mauricio, Seychelles, Australia, Nueva Zelanda, India, Ceylan, Borneo, Nueva Guinea, Papúa , Islas Fiyi, Islas Salomón, Hong Kong entre otras.

Francia, posee el virreinato de Nueva Francia situado en Quebec y que administra todos los territorios en Norteamérica y Canadá, desde la desembocadura del río San Lorenzo hasta el delta del Misisipi.

En el s. XIX, se anexiona Argelia, territorios centrales de África, Mauritania, Senegal, Guinea, Mali, Costa de Marfil, Benín, Níger, Chad, República Centroafricana, Congo, Somalia francesa...

En Asia, Cochinchina, Vietnam, Camboya y algunas ciudades o territorios como Guangzhouwan, cedido por la dinastía china Qing, Laos, Shanghái y la India francesa.

Son suficientes estos dos países, sin mayor necesidad expositiva, para comprender lo que Azorín denomina: El espectáculo del desastre. Una calamidad que aniquila la dimensión espacial de España, alejándola del resto de países europeos convertidos en estados-metrópolis.

Frente a la modernidad de un mundo en expansión, una divergencia notable: España como regresión.

El Nobel Ramón y Cajal exterioriza esa amargura en dos discursos: A patria chica, alma grande (1900) y Psicología de Don Quijote y del quijotismo (1905).

La pérdida de los últimos territorios en América y Asia provoca dos diferentes movimientos sociales: uno, literario: «La Generación del 98», con Unamuno, Baroja, Maeztu, Rubén Darío, Valle Inclán, Benavente y Azorín. Otro político: «El generacionismo» con Costa, Picavea, Maeztu y otros que asumen algunos matices anarquistas como contrapunto a las inercias de un poder que no oye, no ve, no habla... no siente y… no quiere recordar.

Mientras el mundo asume un conocimiento edificado durante siglos, fruto de una evolución y de un esfuerzo de hombres abnegados, nosotros pretendemos construir un futuro sin pasado que es tanto como querer navegar en un océano sin agua, sin viento...

Pero la memoria de científicos ilustres como Ramón y Cajal y Juan de la Cierva, por ejemplo, son indelebles en nuestro espíritu porque sus testimonios de vida conforman un ejemplo a seguir para promover el avance de la ciencia, el mejor conocimiento del ser humano y su convivencia, la transferencia de tecnología y el progreso de la Humanidad.

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