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Estoica resiliencia

Juan B. Lorenzo de Membiela
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Cuando Séneca emprendía algún viaje solía llevar consigo las mismas cosas que tendría de sufrir un naufragio: una estera para dormir y dos esclavos. Séneca, además de filósofo estoico, fue una de las primeras fortunas de Roma. En parte por su talento y en parte por haber sido tutor del emperador Nerón (Taleb, 2013:197).

Las presumibles contradicciones entre su condición social y su riqueza con la austeridad de su filosofía eran rebatidas por un brillante razonamiento: no debía buscarse la riqueza, pero tampoco rechazarla. Se entendía que la riqueza no era un fin sino un medio.

En donde más claramente se observa esta compatibilidad y hasta su complicidad es en el protestantismo. Para Max Weber, en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, la riqueza es señal de predestinación a la salvación, con lo que la pérdida de capital supone un indicio de estar predestinado a la condenación eterna.
Así el afán de lucro es considerado como un mandato divino (Weber, 2004:271-2). El capital acumulado no debe derrocharse sino ser invertido productivamente (Weber, 2004:274).

La pobreza es admitida como designio que impide, de este modo, los grandes peligros de la riqueza (Weber, 2004:281). El salario no es importante si con el trabajo se alcanza la gracia. Se impone al ciudadano un riguroso puritanismo que excluye la solidaridad social y una estricta autodisciplina emocional.

El estoicismo como indiferencia ante los acontecimientos perversos que se suceden es ante todo una educación de las emociones. La máxima: Nihil perditi (Nada he perdido) es el origen y fin de esta escuela de pensamiento, aunque desconocía el concepto de dignidad del hombre.

Taleb en su libro Antifrágil (2013), refiere a una armonía del cosmos recogida por el estoicismo. Esa fuerza, en realidad, es un devenir caótico que golpea a los hombres a través de la buena o la mala fortuna. También el éxito puede ocasionar oscuros vacíos, y por varios motivos. Unos, porque el poder puede crear adicción que solo puede ser saciado acumulando más poder. Se trata así de dominar a otros para preservar una situación a lo largo del tiempo. Otros, porque el éxito puede generar narcisismo con sus peligros que no son otros que creerse insustituible. Ese punto insensato es en donde no hay límite personal ni respeto a otros.

Contra lo inesperado de los acontecimientos, la indiferencia del hombre. De este modo lo imperturbable se manifiesta como una cualidad que facilita la solidez e integridad de juicio frente a cualquier fatalidad.

Se asume cualquier pérdida y cualquier derrota para evitar un impacto emocional nocivo. No sería aplicable aquella máxima castellana de derrota en derrota hasta la victoria final. Si no más bien la contraria, quizás más realista de derrota en derrota hasta la derrota final. Lo que exceda de todo ello, se agregará por añadidura, por una justicia que se ha demorado, por un fatum que cambia de rumbo, por una clemencia nacida de espíritus libres y generosos.

Esa frase empleada por Séneca en su obra Cuestiones naturales: Desprecia la muerte y despreciarás a la vez todo lo que lleva a la muerte; guerras, naufragios, mordedura de fieras, derrumbamiento de edificios […].

En esta reflexión encontramos el fundamento de la resiliencia, concepto etológico aplicado a los procesos sociales y que es definida como un proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000).

Es decir, asumir infortunios con la capacidad de rehacerse y mantener los objetivos fijados. Es un valor intangible muy apreciado en organizaciones y personas porque permite afrontar desafíos cuyos resultados no están garantizados a priori.

Si para Bertrand Rusell los aventureros disfrutan con los naufragios, los motines, los terremotos, los incendios y toda clase de experiencias desagradables, siempre que no lleguen al extremo de perjudicar gravemente su salud, la resiliencia mantendría el ímpetu del desafío más allá de una debilidad propiamente humana.

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