No soy mucho de gimnasia, ni rítmicas ni melódicas. Si hay un recuerdo que me da pavor de mi infancia es la realización del «pino puente», ejercicio del que me di cuenta tan pronto, que era incapaz. Hasta que, años después, me dio por el taekwondo y el yoga, la elasticidad creció, la consciencia se superó y entre paseos por el Nirvana… lo logré. Pero eso es otra historia.
No soy mucho de gimnasia, como digo, hasta qué en un verano Olímpico vi a una atleta excepcional: Simone Biles. Una niña que no llegaba al metro y medio, puro músculo y con vocación de destruir la ley de la gravedad. Desde luego, aquello no era gimnasia. Era un nivel distinto. El deporte ha cambiado su paradigma hace tiempo desde la Gracia al Músculo, podríamos decir. Desde el despliegue de una técnica frágil e inspiradora, hacia unas atletas que se fabrican en serie desde un cuidado máximo en el diseño de los cuerpos. Y esto pasa desde el rugby hasta la rítmica, del tenis hasta el fútbol. Es un cambio global e indiscutible.
Aparte de dicho cambio, hay un factor añadido a nuestro caso: la dramática minoría de edad a la que se inician los deportistas para competir en la élite. Porque una cosa es la formación y otra la competición.
En la gimnasia esta línea está clara, la marcó Nadia Comaneci. Una niña superdotada diseñada por un régimen comunista, poseedor de mentes y corazones. A una niña se la puede dominar hasta destrozarla, aguanta una disciplina que le aúpa a la absoluta Gloria obviando su destino de juguete roto. Nadia marcó un rumbo peligroso siendo la primera mártir. A la presión política que tiene el deporte como modelo de propaganda, se unen los depredadores que Simone tan bien conoce.
No compensa una medalla inhumana que implique arrastrar una biografía toda la vida. Al final deberíamos preguntar a los padres, responsables últimos del crimen. Simone los tenía alcohólicos, en España los niños pertenecen al Estado, como recordara Celaá. Pobres niños con talento. Felicito a Simone por su valentía y rezo porque la Vida la de lo que se merece. Ánimo.