Belmondo

Jean Paul Belmondo en la película de 1971 'El furor de la codicia'.

Quizá haya sido el actor más simpático. El tipo que caía bien siempre, más allá de sus dotes interpretativas o con independencia de ellas. Conozco a mucha gente que le encantaba y alguna amiga que estaba enamoradísima de Jean-Paul. Sin contradecir valor alguno, para mí no resultaba nada especial. Cierto es que me caía bien, posiblemente por un gesto expresivo en extremo y un físico atlético que le hacía desafiar a los "dobles" de las películas. De hecho, he leído que se negaba a ser doblado. Su cara de golfo portuario con sonrisa macarra, daba una familiaridad de amigo de los que te puedes fiar para perderte en aventuras.

El cine aprovechó esos matices, pero mi memoria de Belmondo se basa en dos películas que me impactaron por diferentes razones: La ciociara con Sofía Loren y la estupidez mítica de À bout de souffle con Jean Seberg. En la primera hace un papel de intelectual rojo en una obra durísima basada en una novela de Moravia. La segunda era un producto de la "Nouvelle Vague" dirigida por el insufrible Godard. En ambas, Belmondo hace papeles radicalmente dispares, pero lo recuerdo con frescura de buen actor. Sobre todo, teniendo más mérito salir vivo del engendro de Godard que en el film de De Sica, claro. Y funcionó desde el sufrimiento compartido con La Loren y la estupidez con la Seberg, porque hacer ambos extremos tiene gran valor. Y es que "La Nouvelle" era un ejercicio de improvisación y trucos de montaje, lo que hace que para un actor sea un reto. Belmondo salió hecho una estrella de algo que no tenía sentido alguno, y eso es para tener en cuenta.

La cámara ama a algunos actores y destroza a otros, y aunque la lleve un tipo como Godard, ese ojo tiene una personalidad propia. Belmondo nos deja una obra y un rostro con vocación de icono. Le echaremos de menos.

Jean-Paul Belmondo DEP.