Hay tardes invernales en que el cuerpo pide salir, a solas, de la estancia familiar pese a las inclemencias del tiempo. Yo salí a ver prados. Los prados asturianos son muy dulces. La neblina los frecuenta porque le gusta perfumarse en ellos a cambio de un poco de orpín (orbayo). Yo subí a buscarlos a la colina ventosa dominada por el gigantesco HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias). A pocos metros de la entrada principal hay una humilde capilla abandonada cuyo aspecto desolador acentúa el poderoso esplendor del hospital.
Atraído por su singular abandono, me acerqué al sagrado recinto. Había una anciana sentada en un pequeño muro próximo que rezaba con un rosario. Sorprendida, nos cruzamos la mirada. Aproveché para preguntarle a quién rezaba. Me respondió que el altar donde se había casado ella, sus hijos y casi toda su familia, iba a desaparecer. Y que, en la campana de la torre, muy antigua, una inscripción rogaba, en caso de dificultades, se dirigieran las oraciones a María: “Ora pro nobis”. ¿Es el ruego agradable al silencio de Dios? Tal vez. Pues María escuchó a la anciana. Los vecinos se movilizaron, obtuvieron ayuda del Principado y se restauró el edificio. No para fines religiosos.
Alguien preguntó a un fraile por qué los feligreses iban a la Iglesia si Dios está en todas partes. El fraile respondió que iban para encerrar los feligreses dentro de ella. Falta algo en la respuesta. Los feligreses se encierran en el templo porque es el único lugar donde se escucha el silencio de Dios. Jesús la emprendió a latigazos contra los mercaderes, no porque estaba en contra del libre mercado, sino por el ruido que hacían y no se podía escuchar el silencio de Dios.
El silencio de Dios abre muchas interrogaciones no imposibles de responder. Clérigos, imanes, rabinos se afanan por interpretar correctamente los textos sagrados. Sin embargo, siendo textos tan diferentes, incluso incompatibles, los une un no-texto: el silencio de Dios. Un silencio que tiene una figura: el Bien. No es un Bien pasivo, sino activo. Acompaña al dolor, es compasivo. Una religión, cuanto más castigue, menos compasiva se muestra. Más primaria, tribal, zoomórfica, incompatible con el mundo civilizado. Puede ser verdadera religión, pero no religión verdadera. Jesús murió haciendo el Bien, perdonando a quienes nunca lo perdonaron y siguen sin perdonarle en una continua guerra santa contra él. No se debe confundir el Bien con lo santo. “Lo santo” puede ser también lo divino demoniaco, escribió Rudolf Otto.
El poeta ama el silencio de Dios. ¿Habrá género literario con más silencio racional que un poema? El poema es fe encriptada en una losa metafísica o material como puede serlo una idea. La idea de Dios en “la fe del ateo” es fundamental. El ateo no niega la existencia de Dios. Niega la idea de la existencia de Dios y busca, como el poeta y como el filósofo, su ontogénesis, su carpintería.
La foto está tomada el mismo día que hablé con la anciana. Las ramas deshojadas hablan de un tiempo invernal y en la torre se puede apreciar un escudo con la cruz del Principado de Asturias en cuyos brazos penden un alfa y omega, el principio y el final.
Al principio sólo había silencio y al final también lo habrá como en una cripta. En una Iglesia, la tumba es una cripta. No un nicho ni un sepulcro. La cripta es la mejor construcción del silencio. En cada oración, las sílabas del devoto se unen, como un sedimento hipostático, a la intemporal memoria de quien en ella yace. Una característica de la cripta es la piedra rocosa o el mármol. No cemento, ladrillo o tierra. Tampoco el féretro de madera.
La cripta no entierra, oculta. Los cuerpos de Jesús y Lázaro fueron envueltos en sábanas y ocultados. No enterrados. El cuerpo sagrado es siempre piedra viva: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. El poeta también quiere ser piedra viva, no montón de tierra, tumba. Anhela ser piedra viva que arroja contra ti, martirizado lector, para herirte el amor propio y, acaso, obligarte a escuchar el silencio de Dios.
El silencio de Dios
Tiene la iglesia una cripta
para ocultar más la fe.
Nada dice, pero indica
la confusión de Babel.
Nunca se escucha el badajo
de la campana de acero,
siempre el graznido del grajo
y el pertinaz aguacero.
La cruz que ciñe su torre
contra el Califato Omeya,
han dejado que se borre
con su Alfa y con su Omega.
¡Oh, decadencia de un templo,
ayer orgullo de Sion!
fuiste la voz de un tiempo.
Ahora, silencio de Dios.