El desarrollo de la ciencia social supone la aplicación del método científico al conocimiento de los acontecimientos y de las relaciones sociales. Sin embargo, tras la elaboración de hipótesis basadas en el principio de racionalidad, subyacen unas realidades individuales anónimas que interaccionan con la realidad cotidiana. Los números pueden resultar fríos y las hipótesis estadísticas pueden ser tan complejas como la realidad que pretenden explicar, pero… ¿se pondría rostro a las sensibilidades encubiertas tras las conclusiones de cualquier estudio sociológico?

En un estudio de la UNIR (2017), se muestran unos resultados de acoso escolar del 55,1% del alumnado con altas capacidades, una tasa muy superior a la de la población escolar en general. Tras estos datos se esconden cientos de estudiantes capaces, pero con mayores índices de depresión, estrés y ansiedad, así como peor calidad de vida. También unas familias que nos sentimos desamparadas ante unos claustros que protegen su incompetencia negando la evidencia del problema y, en muchos casos, ante madres y padres que suelen atacar como manadas de hienas furibundas cuando en la clase de su hijo se le da “un trato diferencial” a un alumno con necesidades educativas especiales.

Profundizando en el estudio de la UNIR, un 25% de los alumnos con altas capacidades que han sido víctimas de acoso escolar considera que el profesorado ha propiciado esta situación. Unos profesores que son el engranaje de un sistema hegemónico y estandarizado que destaca por su falta de atención a la diversidad y que, aplicando unas metodológicas decimonónicas y obsoletas, desprecia a todo aquel alumno/a que no encaja en un proceso de enseñanza-aprendizaje configurado como una cadena de producción taylorista en la que se etiquetan y desechan “las piezas” defectuosas. Según Andreas Schleicher, Director de Educación de la OCDE, en los contextos en los que el propósito de la enseñanza es impartir conocimiento prefabricado, los sistemas educativos se pueden permitir una baja calidad del profesorado, y cuando ésta es baja, el Estado suele decir a sus enseñantes qué hacer y cómo hacerlo, utilizando los esquemas de la organización industrial del trabajo en el proceso de enseñanza de nuestros alumnos.

En este marco, la Inspección de Educación, cuya función es la de supervisar y controlar desde el punto de vista pedagógico y organizativo el funcionamiento de los centros educativos, sigue teniendo un papel muy parecido al de las Comisiones de Depuración de la escuela franquista o al del Comisariado del Pueblo para la Educación en la antigua Unión Soviética. Ante cualquier problema surgido con un alumno/a con necesidades específicas de apoyo educativo, no suelen intervenir como servidores públicos, sino como siervos y lacayos políticos.

Podemos seguir escudriñando datos, según el Estudio realizado por A. Oñate e I. Piñuel, miembros del Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo, el índice de acoso en los alumnos con Síndrome de Asperger se sitúa en torno a un 60%, aunque no hay datos concluyentes ni registros oficiales. Otras organizaciones sitúan el acoso este alumnado en torno al 90%, pues son especialmente vulnerables al acoso escolar y por sus características se convierten en carne de cañón dentro de los institutos.

Aunque su apariencia física es completamente normal y su coeficiente intelectual suele ser superior a la media, son los raros de la clase. Desean hacer amigos pero no saben cÓmo hacerlos, consideran amigos a meros compañeros que pueden abusar de ellos, muestran falta de entendimiento de las reglas implícitas en las relaciones sociales y, por su ingenuidad o credulidad, pueden ser engañados o inducidos a cometer acciones inapropiadas. Es un acoso silencioso, son aislados de forma intencionada por el resto de la clase, lo cual no minimiza el impacto de bullying. Aunque no haya agresiones físicas, estamos hablando también de una forma de violencia, ante la cual pueden reaccionar con indiferencia pues no saben que se están burlando o reaccionan con una fobia social ante la situación que les ha tocado vivir. Parece que no les importa o que no sienten lo que les sucede, pero todo eso queda en su huella emocional.

Estos datos pueden ser escalofriantes, máxime si pensamos que detrás de ellos pueden estar nuestros hijos. Como puede ser el caso de un chaval Asperger matriculado el curso pasado en un instituto de Albacete “de cuyo nombre no quiero acordarme”, como diría Cervantes. Muchas madres y padres nos enfrentamos a funcionarios cuya insensibilidad puede destrozar la vida de una persona y cuya incompetencia nos violenta a las familias hasta obligarnos a mordernos la lengua y hacernos comulgar con ruedas de molino. ¿Cómo pueden ser posibles estas realidades? Sin duda, con la complicidad política de una Administración como la Consejería de Educación de Castilla-La Mancha.

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