Opinión

La banca de hoy

Un hombre saca dinero en un cajero.

Un hombre saca dinero en un cajero.

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Hoy en día ser cliente de cualquier banco, principalmente los considerados grandes, no está bien visto por estas congregaciones financieras. Molesta nuestra presencia y les resultamos incómodos. Claro que, hoy, lo de entrar en una oficina bancaria y que ésta  aún permanezca abierta al público  es cada vez más raro. Lo digo porque ahora escasean y cada día que pasa se alejan del cliente unos cuantos kilómetros. Se están convirtiendo en áreas de servicio como las gasolineras cuando viajas por carretera. Atentos al GPS: "Próxima entidad bancaria a 25 kilómetros, tome la primera salida a la derecha antes de llegar a Honrubia". 

Tampoco descarten que lo siguiente que hagan los banqueros sea crear algo parecido a las farmacias de guardia. "Oficina abierta de 12 de la noche hasta las 8,00 de la mañana, calle Tegucigalpa s/n Polígono Industrial Ventorro del Carajo". Es lo que hay. Se acabaron las prebendas y mucho menos las cortesías. Por eso digo que lo de ser clientes no trae más que disgustos, eso sí, previo pago de su importe, porque la bajada de bandera que te aplican los bancos por abrir la puerta de acceso ya es una pasta.

-Buenos días, vengo a ver a doña Fuencisla Altramuz. -¿Tiene cita, caballero? Pues no.

–Entonces tendrá usted que pedirla a través de la app del banco-  Y uno sale de allí pensativo. ¡Qué habrá querido decir con eso de la app! Y como no tengo cita tampoco puedo entrar de nuevo para preguntarlo.   

El sector bancario nunca está conforme con la cuenta de resultados. Son entidades abducidas por el beneficio.  Les prometo que te cobran hasta por entrar a saludarles y se lo tengo dicho  a  mi gestor, por cierto, el que hace el  número 35 de  los últimos diez años; pero ni por esas. –Son instrucciones de los de arriba- me dice. ¿Pero quiénes son los de arriba? –pregunto. –Lo siento, pero tengo que cobrarte por haber venido- Y en esas estamos. El cliente presencial es un asco, es más, creo que estamos en fase de avanzada  descomposición  para el gremio de los banqueros. 

Los bancos, como ya se sabe, son enormes y concienzudos órganos de gestión de caudales. Tienen la voluntad de hacer negocio con todo lo que suene a tintineo del vil metal; nada nuevo. Durante los dos grandes imperios de la antigüedad, el griego y el romano, los prestamistas ya hacían empréstitos, además de que cambiaban dinero (monedas) y aceptaban depósitos. Por cierto, en ese periodo, por ejemplo, si una familia no podía pagar sus deudas, era castigada con la esclavitud o hasta con la muerte. Y a partir de ahí la cosa ha ido empeorando, no en cuanto a ponerle al cliente palillos entre las uñas u otras clases de torturas, pero si a incluir la letra pequeña, quiero decir minúscula, en todo documento contractual que implique compromiso o riesgo monetario para el banquero. Cosa que les sonará a ciertos damnificados.

De ahí los cambios o, mejor dicho, el adiestramiento al que vienen sometiendo a los usuarios. Vean como nos están dando picadero cada nuevo día que pasa y es que razones no faltan cuando nos reconducen al uso de aplicaciones informáticas para cualquier gestión bancaria sin necesidad de aparecer por la oficina en cuestión. Esto, que a simple vista pudiera parecer una opción más, no es otra que la de irnos alejando de las relaciones personales hasta convertirnos en simples androides por control remoto. El objetivo de los bancos está claro: conseguir un mayor beneficio con el mínimo de recursos posibles, de ahí el cierre de oficinas y la reducción del número de trabajadores.