Asistimos estos días al escalofriante espectáculo de la utilización e instrumentalización por parte de Rusia y Bielorrusia de los humanos como material de guerra, que intenta imponer en Polonia, Lituania y Letonia una brecha migratoria masiva que desbarate su soberanía.

La agresividad y el matonismo con que se viene comportando desde hace años el primer ministro Putin con países europeos como Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Polonia, Estonia, Lituania a los que intenta romper, aprovechando cualquier grieta existente en los mismos es altamente preocupante.

Detrás de este comportamiento asesino late el rencor y la revancha de la potencia que con la Perestroika perdió, a nivel de Estado, gran parte de su antiguo territorio, en Europa (Bielorrusia, Ucrania, Moldavia) y los países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y en el área férreamente controlada y delimitada por el muro, en Centroeuropa (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia), en Europa del Este (Rumania y Bulgaria).

En el caso de Asia (Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán) y en Eurasia (Armenia, Georgia y Azerbaiyán) que formaban parte de la Unión Soviética, ayudaron a aumentar la paranoia del dictador, dada la fragilización que supuso, a nivel de seguridad, lo que él consideraba la pérdida de territorios que contribuían al alejamiento de sus enemigos.

En lo que se refiere a Europa, la caída del muro de Berlín, nunca fue asumida por el jefe de los espías que lo interpretó como una derrota a su autoestima, dado que para él supuso el detonante de la explosión Unión Soviética y la reducción de su poder territorial de ahí el jurado odio eterno a los europeos.

Incapaz de pasar de la confrontación a la colaboración, en un mundo globalizado, que también ha puesto de manifiesto la relajación por parte de los Estados Europeos, del compromiso de la defensa de su territorio, fiado aún la bondad del amigo norteamericano, que sufraga gran parte de los gastos, pero cuyas preocupaciones de seguridad han basculado hacia el escenario asiático,  se resiste a aceptar el cambio de los tiempos.

Putin es un dictador de la vieja escuela que sólo entiende el equilibrio de poder mediante la utilización de la fuerza, y utiliza, el crimen, para acabar con cualquier disidencia interna, dentro y fuera de Rusia y a nivel externo ejercita las herramientas que le dan los medios de la información y la comunicación y el sabotaje informático para intentar, en el contexto europeo rupturas, caso de España con su apoyo a los nacionalismos, o caso USA, a favor de la ayuda a su candidato.

Sabe aprovechar, a nivel global, cualquier vacío de poder, aunque eso le suponga entrar en conflicto bélico en países como Ucrania, Siria o Armenia y siempre está presto para apuntalar a cualquier tirano, casos de Lukashenko o Maduro que pueda fidelizar e instrumentalizar en su favor, sin importarle el daño que estos puedan infligir a sus pueblos.

Y este comportamiento agresivo no es privativo de Rusia, sino que, asimismo, lo utiliza China para ejercer su dominio en Hong Kong, en el mar de la China y con Taiwán, es la estrategia utilizada tradicionalmente por las potencias comunistas.

El asesinato selectivo, el sabotaje, el espionaje político y empresarial, la manipulación a través de las nuevas tecnologías de la información, el terrorismo religioso o ideológico, la instrumentalización de las migraciones masivas de población, y la manipulación energética,  por citar algunas modalidades, forman parte hoy de las guerras de baja intensidad y cuanto antes sean conscientes los países occidentales mejor, porque a Europa le han declarado la guerra y  carece de conciencia de este hecho.

Las respuestas al uso, sanciones comerciales, congelación de cuentas y restricciones de movilidad a políticos mezcladas con una voluntad de diálogo de besugos de nuestro representante encargado de la política exterior les  mueven a risa.

Y lo más importante, el factor humano, siempre van a ser personas inconscientes o inocentes, engañadas o esclavizadas física o mentalmente, las que escuchen los cantos de sirena que les prometen alcanzar la tierra prometida, por eso están dispuestas a poner los muertos, a sufrir en su carne las penalidades como pago del precio que se precisa para lograr el fin de integración o de colonización.

Es preciso romper este círculo vicioso, es preciso que Europa se arme para esta batalla  que no ha hecho sino comenzar y disponga para ello de fuerza y determinación política, de objetivos, estrategia y medios materiales y humanos y  prepare para la batalla a su pueblos,  para que puedan asumir y hacer frente  a los retos perversos de la globalización, al mismo tiempo que evita que  los inocentes, los pobres, los desesperados, los más débiles  sean sacrificados ante el altar mediático donde arden los derechos humanos más elementales,  ante la indiferencia mayoritaria de la población.

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