Opinión

Siempre el nacionalismo

Manifestación independentista.

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Gabriel Rufián es el ejemplo paradigmático de que un sistema democrático, por si solo, no asegura lucidez, información y talento suficiente para arreglar los problemas de la sociedad.

El espectáculo que da en ruedas de prensa sin atender a los medios acreditados es un paso más hacia la degradación social y democrática que sufre España día a día y que, datos en mano, va empeorando todos y cada una de las condiciones de los ciudadanos. Es lo que sucede con las posturas extremas, que se vuelven absolutamente ciegas con respecto a la parte de la realidad que no les encajan. Y es que cuanto menos sabemos, más creemos saber.

Ni que decir tiene que todas las acciones lesivas que el nacionalismo provoca en la ciudadanía están cimentadas en el más absoluto de los cinismos, siempre pastorizando a los fieles en la dirección que quieren.

Predicar el rencor, en todas las maneras eufemísticamente retorcidas que el nacionalismo ha encontrado, es el único camino que hay para construir una identidad ficticia a contrapelo de la historia. La carencia de un fundamento histórico solvente es la primera piedra del Procés.

Cuando instauras en la sociedad que hay un conflicto, la hostilidad es la principal relación social. Los belicosos siempre encontrarán el consenso y la negociación como colaboracionismo y apaciguamiento.

El gran drama de Cataluña, de la gran Cataluña cosmopolita, abierta, emprendedora y referencia mundial, es su decadencia impostada por el nacionalismo.

Su sociedad ha permitido que la ideología encadene su inteligencia, ciega para ciertas evidencias. Toda opinión razonada del nacionalismo no busca la verdad, sino justificar su propia opinión. Mires donde mires, ves que poco a poco va desapareciendo la sociedad de matices. Lenta y sistemáticamente, se niega a la sociedad catalana y vasca el derecho a ser complejos.

Se puede revertir la situación, pero para ejercer nuestros talentos, nuestras capacidades, se necesita el oxígeno de una sociedad decente.

Para que Cataluña vuelva a ser lo que no hace tanto fue, su sociedad debe liberarse definitivamente del nacionalismo y no permitir que su ideología encadene su inteligencia.

La democracia exige la capacidad de tener una opinión propia e incluso cambiarla. Si tienes crítica, juicio, viveza y autonomía puedes detectar y desactivar el argumento de un cretino, de un fanático o de un mojigato. Puedes cortocircuitar lo dogmático, puedes cuestionar lo obvio.

No se trata de amortiguar el dramatismo de la situación, sino de orientar el pensamiento a solucionarlo. Calibrar la calidad lógica de sus argumentos y la solvencia de sus avales empíricos.

Es el momento de aceptar que la doctrina del nacionalismo es incapaz de encontrar respuestas. Y no lo hace porque se inventaron los interrogantes.