Opinión

Almudena desencanallada

TVE prepara una serie basada en uno de los libros de Almuden Grandes

TVE prepara una serie basada en uno de los libros de Almuden Grandes

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Recuerdo bien cuando leí Los Aires Difíciles. Llevaba años residiendo fuera de España y no conocía la trayectoria profesional de Almudena Grandes. Quizás por eso, la sorpresa de su extraordinaria pluma resultó mayor. Fue toda una revelación descubrir una narradora con tal capacidad de escudriñar el corazón humano. Aquella novela transpiraba talento e inteligencia, bajo una técnica prodigiosa y un ritmo magistral. Me impresionó profundamente.

Después de ese descubrimiento, tardío para mí, no volví a saber de ella hasta una mañana de noviembre de 2008, cuando leí un artículo en El País titulado México. En su columna, la autora parecía mofarse de la violación de unas monjas a manos de unos milicianos en plena guerra civil: “¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y - ¡mmm! - sudorosos?”.

Quizás lo estaba interpretando mal. O quizás estaba perdiendo mi sentido del humor. Pero una réplica posterior de Muñoz Molina mostrando lo incómodo que aquel texto le hacía sentir me devolvió el aliento. Me sorprendió que el artículo fuera firmado por Almudena Grandes. Mi primer pensamiento fue que había dos escritoras con idéntico nombre. ¿Cómo alguien capaz de escribir con tanta sutileza retornaba a la brocha gorda y machista de los chistes de monjas tan en boga en la España casposa de antaño? Pero no había confusión. Era la misma.

Y lejos de reconocer su error ante la objeción de Muñoz Molina, redoblaba su apuesta sectaria e incurría en otro: atribuía a la Madre Maravillas una frase de San Juan de la Cruz. Aprendizaje: las personas somos imprevisibles. Sí, con el tiempo, los humanos comprendemos que la vida está llena de grises y que las personas con más talento no aciertan siempre. O, simplemente, resbalan, como hacemos todos.

Los resbalones de Almudena Grandes fueron muchos y reiterados, vistos desde una óptica de la convivencia democrática; tantos como sus aciertos literarios. En cierta ocasión, en la presentación de uno de sus libros más famosos, El corazón helado, dijo que cada mañana “fusilaría” a dos o tres voces que le “sacan de quicio”.

Su militancia de izquierdas parecía conducirle a la descalificación absoluta de quien no pensaba como ella. Enfrentó a Vargas Llosa, Leguina o el conjunto de los periodistas desafectos a sus tesis con palabras mayores y munición gruesa.

A todos los que una mañana acudimos a la Plaza de Colón, llevados por una convicción ciudadana de que debíamos enfrentar las cesiones del Gobierno a los independentistas que, a nuestro juicio, ponían en riesgo los derechos de una mayoría nos calificó como “fascistas irredentos”. A quienes no nos convence que Bildu sea una formación politica más mientras no mueva un dedo para esclarecer casi 400 crímenes sin resolver nos denominó miembros de “una caverna corrupta, socia orgullosa de la ultraderecha fascista, machista, homófoba y xenófoba”. No, a mí no me extraña que, a su muerte, en las redes sociales y desde alguna tribuna política, hayan saltado chispas.

No me extraña, pero me duele. Uno quisiera contribuir a edificar un país donde las divergencias ideológicas se traten como tesis de los adversarios y no como material bélico de los enemigos. “Jamás se me ha pasado por la cabeza, ni un instante, votar al candidato del enemigo”, dijo la novelista en un comentario que omito calificar. Por eso celebro las palabras de Almeida, alcalde de Madrid, que ha recogido inmediatamente el guante de la oposición para hacer un reconocimiento público en la capital que preserve la memoria de la gran novelista. Almeida sabe, seguramente, que tras una fachada de intolerante había un ser humano entrañable.

No me cabe duda de que Almudena Grandes era una mujer mucho más amable y tolerante en las distancias cortas. Así lo atestiguan una legión de amigos cercanos, que revelan su generosidad sin límites. Y así lo atestiguan, mejor que nada, sus novelas. Especialmente las primeras. Por lo que a mí respecta, buscaré de nuevos sus libros y los leeré con el mismo deleite que otros leen a José María Pemán o a Chesterton, o disfrutan las películas de Clint Eastwood.

Es decir, con el respeto debido y admiración a un ser humano que, desde su faceta creativa, contribuyó a enriquecer nuestras horizontes. Seguiré queriendo y admirando a la Almudena desencanallada que conocí en sus libros. Lamento que se haya ido en forma prematura. Que la tierra le sea leve.