Opinión

La inseguridad de Casado

Pablo Casado, en una imagen reciente en el Congreso de los Diputados.

Pablo Casado, en una imagen reciente en el Congreso de los Diputados.

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Tras las encuestas proporcionadas por Sociométrica para EL ESPAÑOL, no puedo por menos de expresar mi reacción ante los datos que en ella se ofrecen.

A dos años, como mucho, de las elecciones generales, sólo hay un pronóstico que será difícil que no se cumpla, salvo que se produzcan hechos extraordinarios que no queremos ni que se nos pasen por la imaginación. Y este pronóstico es que corresponderá a Casado presentar la batalla decisiva a Pedro Sánchez por la Presidencia del Gobierno.

Somos muchos – aunque cada vez menos – los que hemos seguido una determinada línea en nuestras convicciones políticas, aunque no siempre hayamos consecuentemente entregado el voto a las mismas siglas. Una línea de lógica elemental entroncada con el sentido común, con la sensatez, con la tan buscada y escondida honradez, y con la capacidad y la competencia de los dirigentes – este último quizás el más oculto e invisible de los rasgos de los candidatos.

También percibimos que son muchos los que, bastante alejados de estas consideraciones antes expuestas, pero también muy alarmados por la situación actual de España, se plantean no votar a favor de nadie, sino hacerlo en contra de Sánchez.

El problema se origina cuando la imagen del que tendría que recoger esa cosecha y responsabilizarse del cambio de rumbo, se proyecta como un líder inseguro – lo que equivaldría a un líder débil – y se desangra en las encuestas por culpa, y eso es lo peor, de sus miedos y del entorno que le aconseja.

Pocos descartan que – lo que hace que Casado vea a Ayuso como un enemigo potencial – sea algo diferente a lo que una gran parte de España ya sospecha. La presidenta de Madrid nunca hizo nada para granjearse su desconfianza, aparte de que pretenda ser también la cabeza del partido en la comunidad, al igual que ocurre en Andalucía, Galicia, Castilla-León, Murcia y Ceuta.  Ningún líder querría que, a la hora de designar su equipo, se le planteasen más limitaciones e hipotecas que las que ya existen por pertenecer a un partido político. Probablemente de lo que desconfíe el llamado a liderar la oposición es de la tremenda popularidad de Ayuso, un activo incontestable que Casado debería capitalizar para mayor gloria del Partido Popular.  Además, siendo mérito suyo el haberla puesto ahí.

Porque, sin entrar en otras consideraciones, éste sería el motivo principal de que el candidato a la alternancia en el poder, cuya tendencia lógica debería ser la de crecer ante el panorama que nos ofrece el Gobierno, se empiece a deteriorar antes de que llegue a tocar sillón.

Seguramente habrá personas mejor informadas que traten mi argumentación de simplista y poco documentada. Pero eso es lo que hay, eso es lo que percibe la ciudadanía, y cualquier intento de razonada explicación, o fundamentación desde dentro, no haría más que empeorar aún más el panorama.

Es probable que Casado y su entorno piensen que dar marcha atrás en el absurdo conflicto pueda debilitar su imagen. Algo de eso podría producirse. Pero, siendo imaginativo, siempre es posible encontrar una solución inteligente y creativa entre personas o grupos que persiguen el mismo propósito. Hay mucho tiempo por delante, el suficiente para que asuntos de bastante mayor transcendencia eclipsen lo que hoy por hoy es un problema artificial y absurdo, pero un problema que constituye la causa de preocupación de muchos millones de personas en nuestro país. Perdida la oportunidad de la presentación del libro de Rajoy, Génova debería estar atenta a cualquier otra que surja, por pequeña que sea.

Casado ha de entender que cada día que se retrase en arreglar el irracional e incomprensible problema, será un día perdido en su posible y deseable recuperación. Y deberá entender asimismo que, si esa solución pasara por privar a la presidenta de Madrid de encabezar también el partido en la comunidad, directamente o con maniobras en las primarias, esa decisión sería el acto más estúpido y suicida que un dirigente podría llevar a cabo. Justamente por innecesario y caprichoso.