Vengo un poco tarde a esto de comentar Eurovisión. Creo que no he visto una de sus galas en mi vida y hasta hace apenas unos días, tampoco las propuestas españolas. Pero la repercusión que han tenido este año demuestra que, como recuerda el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, ni siquiera Sócrates debería desdeñar ningún tema, por trivial que pueda parecer.
Una de las lecciones de este proceso es que la mayoría a veces se equivoca. Desde luego se equivocó cuando relegó a Chanel, con su vulgar SloMo según la izquierda sofisticada, al tercer puesto. El tema ganador, tan en sintonía con las reivindicaciones identitarias, seguramente tenga mucho eco entre las autoproclamadas hijas de las brujas que nunca pudimos quemar y los hijos de las patrias chicas de aquí y de allá, pero nos habría abocado a la cola del resultado. Hay que reconocer que la otra opción al menos era algo más catchy (¡mamá, mamá, mamá!), pero nadie ha conseguido explicar por qué no deberían dar miedo las tetas de Rigoberta pero sí el culo de Chanel. Llama la atención la saña con la que se ha atacado a esta pobre chica. Pero aún más inaudita fue la repercusión que tuvo su elección por parte del jurado. Una diputada socialista llegó a vincular al tema ganador con la prostitución y la violencia contra las mujeres en sede parlamentaria. Desde luego el sectarismo y la degradación institucional parecen no tener límites.
El triunfo de Chanel es la victoria de la España alegre, latina, ligera. Una cubano-catalana representando a España, abanico en mano, en español. Una mujer libre impresionando al público con sus curvas al ritmo de una canción que no se recrea en victimismos, sino que ensalza la fortaleza, el poderío y la feminidad. Una suerte de Carmen rediviva, sensual e independiente. ¿Puede haber una peor pesadilla para la izquierda gruñona?