Voy a descubriros a dos titanes hechos mujer y hombre: Marta y Manolo. Dios nos ha dado la fortuna de conocer a estas dos personas, cuya fuerza está muy por encima de lo normal. Cualquier día puede ser la vuestra o la mía.
La suerte, casualidad y un consejo nos dirigió hacia Calpe, localidad alicantina en la costa mediterránea, para pasar unos días de asueto en verano. ¿No conocéis el pueblo? Estáis tardando. El mar Mediterráneo baña su costa; el peñón de Ifach divide dos zonas de playas y tranquiliza el oleaje para poder practicar submarinismo unos 10 meses al año. Monte de Toix y sierra de Oltá permiten paseos en la naturaleza para elevar el espíritu de oxígeno, relax y paz. Paz alterada en cuanto vemos las noticias en televisión. La salud, conservar el pellejo ante las enfermedades de la mejor manera posible. Me enciendo. Vuelvo.
Marta y Manolo son dos jóvenes con cierta edad y un hijo, Miguel, lleno de maravillosa ilusión y alegría. Quizá sea el mar, que dota de serenidad al espíritu; puede la brisa, que trae tranquilidad y sosiego. Sin duda, la educación, que invita a ser pacífico, feliz, trasegando los problemas con aplomo meridiano. Buceadores por convicción y amor a la mar, recorrieron Atlántico y Pacífico. Aunar deporte con pasión, naturaleza y vida, respeto a los demás en primera persona, entrega a la forma de ser un plus de generosidad. Formar una familia precisa una estabilidad mayor. Tocaba sentar la cabeza. Vuelta a Calpe.
Veo cada mañana a Manolo cuando voy al puerto para practicar submarinismo. Charlamos un rato sobre la inmersión anterior, "aquellas cuevas que hay en Toix a 16 metros" o "el pez luna es muy curioso cuando te ve", por ejemplo. Trabaja en nuestra comunidad —¡en perfecto estado! ¡Mejor que la Capilla Sixtina entera! Cada vez que nos vemos, puentes y vacaciones, tiene más pelo, aun cortándose "solo las puntas", más delgado —pedalea por la montaña en fin de semana que da gusto— y alguna cicatriz por caídas, "¡Manolo, coño, pareces un novillero novato!". Él sonríe.
Un día, bien de mañana, noté a Manolo raro, serio, que si "buenos días, que vaya bien"; su mirada decía otra cosa. "Un día malo lo tiene cualquiera. Hasta el bueno de Manolo". Al día siguiente, un poco mejor en la palabra, la mirada vuelta a perdida. "Aquí hay algo raro". El tercer día bajé un poco antes.
—Nos ha cagado una gaviota, amigo. Peor, todas las gaviotas del mundo —las lágrimas a punto de caer por las mejillas.
El síndrome de Corea de Huntington se hizo visible en la bella Marta. "Es un bicho malo, hereditario, degenerativo, que no tiene solución, ¡joder!". Las neuronas del sistema nervioso en el cerebro se van al carajo, dejan de funcionar, "por mucho que tú le ordenes, a ellas les importa un comino, pasan de ti". Y lloró, lloramos, porque da rabia, porque dan ganas de enganchar a esa Corea de Huntington y meterle una paliza o dos; tres. Descoordinación de movimientos, pérdida de control, de memoria. "¡Una puta mierda!". Los estudios, pruebas, ensayos, investigaciones, dan pocos o nulos resultados. "Lo que aguante". La única lucha es intentar que avance poco, despacio, detenerla un poquito cada día. Y en ello se va la vida, la existencia diaria de la familia. ¿Rendirse? No, no y no.
Manolo hace las labores de casa y asea a Marta, el amor de su vida. Coge el ciclomotor y cruza el pueblo. Echa unas horas en el mantenimiento de la comunidad y vuelve a casa. Lleva a Marta a gimnasia de mantenimiento, taller de habilidades; la lucha es diaria, horaria. Luego, resto de labores del hogar, incluida plancha, comida y limpieza. Recoge a Marta y pasean cerca del mar. "La brisa es salud". Comida y siesta. Algunas tardes dan una vuelta en la barca que compró y adaptó para ella. A días también nada en la mar, "chapotea, tú sabes"; niego con la cabeza, "nadando, Manolo, coño, nada como una campeona". La gente del pueblo se asombra. Ambos luchan día a día, jornada a jornada, a brazo partido uno con otro contra ese puñetero bicho degenerativo. Y ahora, me acuerdo de...
...la castaña de ministros que gobiernan España. De esa gentuza que gasta 20.000 millones de euros en políticas de ser "iguales", de intentar convencernos de la superioridad de apetencias sexuales; de lo chupi que celebran con tarta si la churri de un fulano, quien no llegó a conseguir un trabajo estable, se empeña en llamar niñes a los niños; de los videos que graban y cómo se ofenden cuando se les echa en cara; de los sin vergüenzas que viajan a todo meter en avioncitos, mientras nos acusan de cargarnos el planeta por viajar en coche; que si somos unos bárbaros, que les ofenden los piropos, que patatín o patatán. Tan valientes en el Gobierno, tan cobardes con terroristas y separatas e independentistas, que realmente son unos cagalindes. ¡Yo no quiero ser "igual"! ¡Ayuden a los enfermos!
Tenía que decirlo. Para cojones, Marta y Manolo. Todo lo que podamos, con vosotros. ¡Rendirse no es una opción, titanes!