En el amplio colectivo de biólogos (incluyendo a bioquímicos, “medioambientalistas”, biotecnólogos, oceanógrafos, etc.) estamos muy preocupados sobre el significado de "sostenibilidad", y su uso.
La última gota ha sido sobre las consecuencias del proyecto foral del plan de recuperación de aves esteparias. Desde ALINAR apuntan a que es "una iniciativa desproporcionada y muy negativa para el desarrollo y crecimiento de la actividad agrícola y ganadero y de la industria agroalimentaria de Navarra" y "no se puede plantear normativas que pongan más problemas a la estabilidad del sector".
La palabra sostenibilidad es un anglicismo que se empleó por primera vez en 1987 en el Informe Brundtland. En castellano tenemos el término sustentabilidad, aunque son algo diferentes. Sustentabilidad como lo “que se puede sustentar o defender con razones”. El desarrollo sustentable es hacer un uso correcto de los recursos actuales sin comprometer los de las generaciones futuras. Esto significa que los procesos sustentables preservan, protegen y conservan los recursos naturales actuales y futuros.
Por otro lado, el desarrollo sostenible se entiende como el avance social y económico que asegure a los humanos una vida sana y productiva, pero que no comprometa la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. Según Herman Daly, la sostenibilidad busca un desarrollo social que contribuya a mejorar la calidad de vida, salud, educación y cultura de todas las personas.
Al margen de la sutil diferencia entre sustentabilidad y sostenibilidad, lo que está meridianamente claro es que la vida en este planeta siempre ha encontrado una salida.
Detrás del término sostenibilidad, además de “salvar el planeta” y preservar nuestra especie, está incluido el “desarrollo social” que implica la perdurabilidad de un sistema de producción y consumo, sobre el cual debiéramos reflexionar y debatir más.
A nuestros políticos y gestores empresariales les gusta hablar de sostenibilidad y de la importancia de la los 17 famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y de su agenda 2030, adornando sus solapas con un pin. Sin embargo, todo esto más parece un postureo para mantener los políticos su escaño y los ejecutivos, su despacho.
Somos la única especie que adapta el medio a nuestras necesidades. Este verano, estamos padeciendo las consecuencias del calentamiento global (sequía, incendios, aguaceros), fruto de la actividad humana desmedida. Su efecto inmediato será la desertificación y desaparición de nuestros cultivos y la desertización y desaparición de nuestros bosques. Debemos reformatear nuestro chip.
Mientras, los biólogos sabemos del delicado equilibrio en los distintos ecosistemas y biotopos por mantener la vida, así como la necesidad de mantener los flujos de las cadenas tróficas y cómo estas se reequilibran. Por ejemplo, la regulación de las poblaciones de zorros y conejos, de salmones y osos, de ñus-cebras y leones, etc. Pero también, las consecuencias de la desaparición de un eslabón. O la desaparición de las abejas y otros insectos en la polinización y desarrollo de nuestros cultivos.
De igual manera, los economistas conocen el delicado equilibrio del balance empresarial. De las relaciones simbióticas y demasiadas veces parasitarias con sus proveedores y consumidores, y de sus cadenas de suministro tan complejas como las tróficas.
Hemos de compaginar y lograr ambos equilibrios, el ecológico y el económico. De lo contrario no tendremos viabilidad ni económica, ni vital. Sin esta última, para nada queremos y necesitamos la primera.
Un apunte. Con la interpretación de la Ley Ómnibus (2009) en su capítulo III, Servicios profesionales, se consideró la no obligatoriedad del visado de los trabajos realizados por biólogos ya que estos no se ajustaban al criterio de “Que sea necesario por existir una relación de causalidad directa entre el trabajo profesional y la afectación a la integridad física y seguridad de las personas”.
Aún así, desde el COB os encomiamos a visar vuestros trabajos profesionales y contemplamos una tarifa plana de visado (10 €), que además puede realizarse vía telemática. Porque cada día se demuestra que el trabajo de los biólogos se ajusta a dicho criterio, mal que le pese al poder legislativo.
Ya que nuestras variadas labores profesionales, al preservar el medioambiente, cuidar de la seguridad de los procesos de producción de alimentos o investigar las arqueas para descubrir el CRISPR, y con ello el poder desarrollar las vacunas contra la Covid, están directamente afectando a la integridad física y la seguridad de las personas.
Por cierto, fue un biólogo español (Francisco Juan Martínez Mojica) quien descubrió esas secuencias repetitivas de ADN y que bien se merecería el Nobel. No estaría de más que nuestro ministro de Cultura, además de bailar en los mítines, se moviera en los despachos para conseguirlo, junto con la ayuda de la ministra de Ciencia e Innovación, y así la conoceremos.