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¿Spinoza o Espinosa?

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Benito o Bento de Espinosa es como firmaba aquel gran filósofo al que muchos todavía siguen considerando holandés. Pero es más cierto que bien podría decir, -como dijo Clarín, el famoso autor de La Regenta, considerándose asturiano de estirpe, aquello de “me nacieron en Zamora”-, “me nacieron en Ámsterdam”. Pues hoy sabemos, tras las investigaciones de estudiosos de su vida y obra, que su lengua materna era el español, por lo que sus abuelos y padres eran judíos expulsados de Castilla por la Inquisición española.

Su biblioteca personal, que hoy se conserva en su casa-museo en Rijnsburg, contiene obras de Quevedo, Cervantes y Lope. Ya Salvador de Madariaga se dio cuenta de que el borrado en los libros de Historia de la Filosofía de su origen cultural español, presentándolo como un filósofo holandés, o a todo lo más de origen portugués, no era algo inocente, sino una operación más de la propaganda denigratoria de todo lo español por la denominada Leyenda Negra. La latinización de su nombre como Spinoza trataría de ocultar que esa cultura española, tan denigrada aun hoy por los que acabaron con nuestra supremacía en Europa, pudiese haber producido al que influyentes filósofos franceses, como Gilles Deleuze, consideran el Príncipe de los Filósofos, por encima de un Leibniz o el propio Descartes.

Pero así fue, porque a veces ocurre de forma trágica que muchos españoles se exilian y luego sus hijos tienden a regresar a la patria de sus padres. Espinosa, que alguna vez dijo que le gustaría conocer España, no pudo regresar, ni siquiera después de muerto. El Absolutismo de la monarquía católica no lo permitía y la Nación española moderna, tras dotarse de gobiernos liberales, ni siquiera reclamó para España sus restos, que permanecían enterrados entre oprobio y condenas cerca de la Haya, como si fueron reclamados en Francia los de Descartes, hoy enterrado en París.

Para que ello ocurriese tenían que pasar los españoles por un proceso similar por el que pasaron los franceses de recepción del cartesianismo como la nueva filosofía que encarnaba una forma de pensar que impregnó a sus élites y acabaría siendo la dominante en Francia. Dicha penetración del cartesianismo en la mentalidad francesa tuvo lugar en gran parte por la influencia del padre Malebranche, el cual supo difundir el cartesianismo a través de la enseñanza de los colegios oratorianos, rivales entonces de los más prestigiosos colegios de los anti-cartesianos jesuitas. En un colegio oratoriano se formó Montesquieu, iniciador de la Ilustración francesa.

Algo parecido podría estar ocurriendo en España con un retraso de dos siglos. Pues hoy se está produciendo un movimiento cultural formidable de revisión y denuncia de las mentiras y tergiversaciones malintencionadas por la propaganda negro-legendaria, con obras de gran lectura y difusión impensable hasta ahora en el ámbito cultural hispano. Se echa de menos, sin embargo, la reivindicación de Spinoza como filósofo español, la cual no tendría que ser solo un acto de orgullo nacional, sino que, más importante que ello, sería conseguir para la filosofía española moderna lo que Descartes supuso para la francesa.

Hay buenas bases para ello, pues las Obras Completas de Spinoza se han traducido por fin al español y ha aparecido su penetración académico-escolar debido a la singular obra de Gustavo Bueno, que lo ha puesto en lugar preferente en su filosofía con la intención de desmarcarse, tanto del espiritualismo filosófico-teológico, dominante en España desde la Neoescolástica española, como del nuevo dogmatismo materialista-marxista con el que la llamada “progresía” hispana lo quería sustituir.

Con la obra de Bueno quizás esté empezando la génesis de una nueva forma de Ilustración filosófica que eduque de un modo nuevo y más profundo la mentalidad de los españoles. De un modo especial, añadiríamos por nuestra parte, en la defensa de los principios racionales en que descansa la Democracia Liberal, que el propio Espinosa expuso y defendió filosóficamente como el mejor y más racional régimen que debe regir la vida de un Estado moderno. Con ello se destruye la leyenda del “oscurantismo medieval” del pensamiento español.

Ciertamente, en la España oficial de entonces predominaba el oscurantismo, pero España se salvó, parodiando a la Biblia, por un solo justo, por la existencia de un pensador único e irreprochable, tanto en su insobornable y racionalmente mesurada vida personal, como en el atrevimiento de apostar por una filosofía que identificaba a Dios con la Naturaleza, adelantándose siglos al pensamiento dominante en su época.

Hoy la España que apuesta por la Democracia está devolviendo la nacionalidad a los descendientes de aquello judíos expulsados de Castilla por los Reyes Católicos. Debería también devolver de alguna manera la nacionalidad a Spinoza y dedicarle tantas estatuas como Descartes tiene en Francia o Leibniz en Alemania.

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