No le vi jugar en vivo. Su primera imagen fue en un anuncio de Coca-Cola con sonrisa resplandeciente. El mundo le veneraba y yo no sabía si era por showman, negocios, vividor o futbolista. Comencé a ver los videos de historias de los mundiales y ahí cambió todo. Eran imágenes entre sepia y tecnicolor donde una escuadra de amarillo, la mítica Canarinha, jugaba caminando o al trote como mucho; pero cuando llegaba al área a través de una diagonal que se intentaban ellos, se veían cosas increíbles. Sobredosis de magia negra en amarillo, desde un atleta cuya plasticidad y potencia hacía ver el fútbol de otra forma.

Era un fútbol imposible de practicar hoy, incluso de concebir. Campos de hierba alta, con bandas abiertas y con velocidad ralentizada quedaron asfixiados por esquemas que matan la individualidad en beneficio de un entrenador que va de intelectual.

El Brasil de Pelé era el arte por el arte. Concepto que duró hasta el 82, quedando destrozado por la modernidad. Ahí se acabó el fútbol como fábrica de sueños, ahora es otra cosa. Ni mejor ni peor. Di Stefano en blanco eterno de los 50, Cruyff en la final del 74 y Diego en todo el 86 y más allá eran sus máximos actores. Maradona tenía celos del brasileño, insinuando que "debutó con un pibe". En fin, gente de fútbol, de calle y terrenal que nos hizo ser algo más que feliz: entender un juego, que en su sencillez, puede alcanzar cuotas artísticas sin mirar el color de la camiseta.

Edson Arantes do Nascimento.

O Rei Pelé,

Gracias.

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