El 14 de diciembre fue el día mundial del mono. Los humanos nos definimos como Homo sapiens. Sin embargo, viendo el deplorable espectáculo que continuamente dan nuestros políticos en el parlamento, el zoólogo que hay en mí, pese al continuo reciclaje laboral, se pregunta qué tipo de póngido somos.
En 1967, se publicó El mono desnudo del zoólogo inglés Desmond Morris. Su innovador enfoque, al acercarse al ser humano como un animal más, causó sensación.
Entonces al antropólogo Louis Leakey se le ocurrió que, si profundizábamos en el conocimiento del comportamiento de los grandes simios en libertad, podríamos “extrapolarlo” al de nuestros antepasados homínidos.
Reclutó a cuatro mujeres para estudiar a los grandes simios: la famosa Jane Goodall para los chimpancés, la asesinada Diane Fossey para los gorilas, la menos conocida por el público Biruté Galdikas para los orangutanes. Su fallecimiento en 1972 truncó el proyecto de Toni Jackman de dedicarse a los bonobos. Así que se quedaron sin “su hada madrina” y han sido estudiados por diversos investigadores. Los hallazgos sobre su comportamiento han revolucionado la primatología durante este inicio de siglo.
A simple vista es fácil confundir un chimpancé con un bonobo. Fijándose más, se aprecia que el bonobo es más grácil, delicado de forma y de rostro oscuro. También hay cierta diferencia en la dieta los chimpancés comen más fruta frente a plantas herbáceas de los bonobos.
Los chimpancés son patriarcales, agresivos, tumultuosos y territoriales. Desatan guerras contra los clanes externos y practican el infanticidio.
La sociedad de los bonobos es matriarcal (las hembras tejen alianzas entre ellas, dirigidas por una hembra experimentada, y orientadas a lograr un ambiente de paz y estabilidad para el desarrollo y bienestar de los hijos y de los nietos. Indica un pensamiento a largo plazo), amistosa hacia los extraños, pacífica, lúdica, los emparejamientos macho-hembra se producen de común acuerdo, y usan el sexo para mantener bajo el nivel de tensión. El papel de los machos es la vigilancia y defensa del grupo. Y no son territoriales.
Una sociedad pacífica no quiere decir que haya ausencia de agresividad. Los bonobos encauzan la agresividad. La clave está en el desarrollo de lazos sociales que refuerzan la cohesión interna del grupo. Además, se ha comprobado que "consuelan" al perdedor en el conflicto.
De alguna manera el estudio del comportamiento de los póngidos nos facilita claves para entender el nuestro.
Estamos de acuerdo que el éxito, hasta ahora, de la especie humana ha sido la cooperación y ayuda mutua entre los miembros del grupo social.
El ser humano es complejo y contradictorio. Somos capaces de lo mejor. La solidaridad y ayuda mutua afloran en catástrofes o necesidad de nuestros semejantes. Y también de lo peor. Somos crueles y violentos. Desatamos cruentas y horribles guerras; perpetramos matanzas hasta el aniquilamiento completo del adversario. Tenemos una larga lista de genocidios.
La agresividad está a la orden del día, y no terminamos de desarrollar un mecanismo capaz de inhibirla.
La principal consecuencia de la revolución neolítica fue el aumento del bienestar material de la Humanidad. La producción de excedentes y poder almacenarlos, provocó el nacimiento de la codicia, la acumulación de bienes, la desigualdad entre individuos y la búsqueda y defensa de privilegios.
Vamos tan deprisa que no nos damos tiempo a asimilar los cambios y a encontrar mecanismos de inhibición sociales de nuestros excesos y desarreglos. En términos Jedi, el lado oscuro de la fuerza nos arrastra a la destrucción.
La cuestión shakespeariana es:
¿Cuál es la naturaleza de la especie humana, pacífica como la de los bonobos o agresiva como la de los chimpancés?
Pongamos todos de nuestra parte y trencemos lazos de cohesión como los bonobos.
Para empezar, huyamos de la polarización y el populismo. Algo que se antoja muy difícil en este año electoral, más no imposible. El ser humano es capaz de la mejor cuando se empeña.