El conocimiento nos hace libres. Un principio universal que contrasta con la furia mediática con la que se ha acogido el “Protocolo fantasma” de Castilla y León. Más allá del discernimiento que atribuyamos a Gallardo, que un mero ofrecimiento de información, no una imposición, haya generado tamaña discordia habla de lo viciado, e inconcluso, de este debate.

Una cuestión como el aborto, que soslaya tantas implicaciones éticas y morales, debería ser merecedora de un debate serio, que conduzca a consensos construidos sobre la voluntad de las partes sin imposición dogmática. Sin embargo, los más fanáticos que militan dentro de proabortistas y provida continúan supeditando a sus grupos. Así, mientras unos tildan a las abortistas de asesinas, los otros equiparan el traumático proceso a un corte de uñas. Sin cabida para la equidistancia.

Mi sentir es que la antigua ley de supuestos no podía abarcar todos los necesarios, mientras que la actual ley de plazos permite excesos que deberían estar proscritos. Aunque tanto mujeres como hombres deberían poder decidir autónomamente sobre sus vidas, sentenciar libremente a otra inocente escapa de sus potestades.

¿Qué es una vida humana? Casi unánime afirmamos que un recién nacido lo es, pero ¿Y un minuto antes? ¿Y un día? ¿Y un mes? En mi caso, ante la imposibilidad de dar una respuesta exacta y universalmente aceptada, pondría el límite en el momento en que el feto tiene capacidad de sufrimiento. Que sea la ciencia la que fije un lapso aceptable mediante procedimientos objetivos.

Una solución desgarradora para intentar mitigar nuestro fracaso social. El aborto debería ser siempre la última opción, un mal mayor destinado a impedir otro mal superior, no un derecho a libre dispensa. Y poco tiene de progresista su normalización o su celebración idealizada. 

No todo lo que no es ilegal es un derecho inalienable del ser humano. Por eso resulta tan esperpéntico escuchar defender ese supuesto “derecho” intrínseco al aborto, con el Gobierno y el PP afirmando que harán todo lo posible para que pase a estar “suficientemente garantizado”.

En un país donde 1 de cada 4 embarazos acaba en aborto, ¿qué significan estas declaraciones? ¿Superar el 30%? ¿El 50%? ¿El 100%? Si realmente es un derecho, como la libertad de expresión o la propiedad privada, cuanto más frecuente mejor. Porque solo aumentando el número de abortos se podría realmente comprobar la libertad en el ejercicio de este. Así no resultan extraños los aplausos de Irene Montero a la nueva ley colombiana que permitirá abortar hasta los 6 meses, la edad, por cierto, con la que dio a luz a sus hijos. O que Inglaterra permita acabar con los niños con síndrome de Down hasta el mismo momento del parto.

Y es que, muchos de los argumentos que profesan aquellos que ensalzan su abortismo rayan en la eugenesia o la hipocresía, incapaz de sostenerlos consistentemente. Uno usual es aquel que considera al feto un mero conjunto de células, incapaz de subsistir independientemente por sí mismo, por lo que la madre debería poder actuar sobre él según su arbitrio. Un razonamiento que fácilmente podría extenderse a los recién nacidos o a ciudadanos dependientes, que pasarían a ser propiedad de sus cuidadores, legitimados a terminar con su existencia a capricho.

Otra tesis es la intrínsecamente feminista: la independencia de las mujeres. Sin embargo, son los mismos acérrimos defensores del “nosotras parimos, nosotras decidimos” quienes persiguen penalmente la libre prostitución. O la gestación subrogada, proscrita en la misma ley que permitirá a las menores abortar sin consentimiento paterno antes, incluso, que comprar legalmente tabaco o alcohol. El empoderamiento femenino de Schrödinger.

Adicionalmente, una izquierda autoproclamada como defensora de los desvalidos debería pensar en como el aborto sirve a los intereses del capital, ¿o alguien cree que Amazon tiene una motivación genuinamente feminista cuando promete financiar el aborto de sus empleadas?

La mera voluntad de la madre no otorga vida a un niño. Y su aborto es, simplemente, una decisión estrictamente egoísta por parte de quienes no desean hipotecar su vida mediante un nacimiento no anhelado. Ya sea por antojo o necesidad.

Tan solo impulsando una mejor educación sexual y ayuda económica lograremos acotar el aborto. Y resulta desconcertante como los habituales proselitistas del Estado protector feminista continúan obstaculizando la difusión y multiplicación de los medios asistenciales y financieros que este podría poner a disposición de las principales interesadas: las mujeres.

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