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¿Se puede, querido Larra?

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TOC, TOC. ¿Se puede, querido Larra?

Gracias. Hola, amigo. He vuelto a leer, tras unos años, tu “La Nochebuena de 1836”, El Redactor General, 26 diciembre, tan heraldo de tu suicidio el anterior “El Día de difuntos de 1836”, publicado en esa lúgubre fecha en un El Español del XIX. ¡Vaya! Te sorprendería saber que hay otro El Español en el XXI. Y sin papel ¿Por qué me miras así?

Oye, ahora quizá te diagnosticarían TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). No te gustaba el número 24, porque en tal día, marzo de 1809, naciste para sobrellevar una vida de valle de lágrimas, a pesar de tu temprano y efímero éxito periodístico. Breve por decisión propia, con 27 añitos. Así que, cautivo de tu superstición u obsesión, te ponías en guardia desde el 23 para no emprender acción alguna hasta el 25.

Tan joven y sin unas muletas que hoy dicen “Procesador de Textos” y “Buscador”, ¿cómo pudiste dar tanta guerra? Asombrado e intrigado me tienes. ¡Ah! Lo olvidaba: por esas muletas, útiles en ocasiones, pero que algunos llevan como prótesis permanentes, yo diría que en mi XXI hay casi más escribidores o juntaletras que lectores. ¡Menuda insípida sobreabundancia! 

¿Apretaste el gatillo contra tu sien por angustias sentimentales? ¿Lo hiciste porque entendiste que tu España doliente no tenía remedio? Me malicio que actuaron sobre tu caletre ambas dolencias al unísono. Por eso tu pluma fue la vía de escape de una rabia que amenazaba consumirte, abducirte, por eso fuiste tan ácido, tan rebelde. Aunque tu crítica es la de quien habría deseado ver su patria libre de angosturas cerriles. Me recuerdas en esto, Mariano, y no te pavonees por la comparación, a Jesús blandiendo el látigo en el templo que los mercachifles habían convertido en cueva de ladrones.

Tuviste antecesores, eso lo sabes, el destructivo Quevedo y etcétera, y has tenido después sucesores: Ortega, Marañón, Laín Entralgo, Julián Marías y otros muchos que no alcanzaron el reconocimiento o llegaron a él cuando su vida, si bien joven, daba sus últimos estertores. Ahí tienes a todo un Gustavo Adolfo Bécquer, fallecido a poco de su querido hermano Valeriano; como era norma en tantos románticos, de tuberculosis. Eso sí, sus cigarros puros, sus vegueros, no los dejó ni en su relativo retiro de Veruela. Te digo “relativo” porque incluso allí esperaba en los atardeceres, anhelante, el correo que le traía nuevas de la Villa y Corte, además de redactar sus “Cartas desde mi celda” y alguna que otra cosa. Así que no desconectó del todo. ¡Dios mío! ¡Si te contara qué significa hoy “desconectar”!

La conversación con tu criado astur, no veo que quieras engañarme, es un careo íntimo contigo. ¡Mira que le haces cantarte las cuarenta! Fácil presentir que pronto empuñarías la pistola. Eso sí: buen caballero, no la dirigiste contra Pepita ni Dolores, sino contra tu atribulada sesera. A ver si toman nota los malos varones que apuntan sobre sus parejas y sangre de su sangre, lee “prole”.

Tu mala Nochebuena de 1836 fue, cien años después, la peor Nochebuena de millones de españoles. Un señor que, francamente hablando, careció de compasión, se encargó de ello. Y, para sucesor, no gustándole Don Juan ni quien diantres representara entonces las ideas de tu odiado Don Carlos, optó por Juan Carlos. ¡Vaya juego de palabras que acabo de endilgarte! Tranquilo, digiere.

En fin, chico, tu número malito, digo maldito, fue en 2022 el del inicio de la última guerra encendida en Europa, y además en febrero, el mes en que en 1837 decidiste dejar huérfanos a tus lectores.

Tanto miedo al 24 y resulta que te casaste el 13 agosto de 1829. Ya se sabe, el casarse pronto y mal. ¿No sabías que en 13, aun sin ser martes, ni te cases ni te embarques? Poco después, 1831, conociste a Dolores. Y, ¿no barruntó tu mollera el dolor en que ibas a precipitarte?

No esperaste al 14, Día de los Enamorados, ni al 16, el de los Amores Imposibles desde hace unas décadas. No sé si escribir en Madrid o en Sebastopol es llorar, pero sí sé que es desnudarse. Y tú, para cuando dejaste el valle de lágrimas, ya te habías quedado no en calzones, sino en pelota picada ante tus contemporáneos… y más ante la posteridad.

 Oye, acaba de sacudirme un temblor: también yo sufro TOC con el 24. Lo dejo aquí. Prefiero mostrarme, aunque tenga cuatro lectores, en ropa interior, no en cueros vivos. Hasta otra, querido e infortunado dandi.  

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