Una noticia reciente informaba sobre la muerte de una niña en Valencia por una peritonitis tras acudir tres veces a urgencias y no ser diagnosticada. La menor sufrió fuertes dolores abdominales y vómitos durante una semana. Sus padres la llevaron a un centro de urgencias y a un hospital, pero la mandaron a casa al no detectar nada grave. Este tipo de noticias sobrecogen a cualquiera y sucede que si buscamos información relacionada no tardamos en encontrar numerosos resultados similares como, entre otros, el de un niño de ocho años que falleció de peritonitis en Alicante tras acudir cinco veces a urgencias y no recibir apenas tratamiento; sólo se le había practicado un análisis de orina y se le habían administrado medicamentos para cortarle los vómitos.



¿Quién o qué falla? Porque algo falla… Hay una debilidad evidente en el sistema público sanitario que no es otro que la saturación, la falta de medios, profesionales y de pruebas de diagnóstico necesarias como consecuencia, creo, de escatimar gastos en vez de gestionarlos con rigor. No falla el concepto “público”, sino la manera de dirigir y determinar cuál es la mejor protección social que necesitan los pacientes.



El fallo, aparte de los inevitables errores humanos, recae en la inutilidad de unos gobernantes (estos y otros) que desconocen el poso de la palabra PRIORIDAD, ¡es inadmisible! La sanidad es una primacía social y me atrevería a decir que la más importante de todas, junto a la educación y la seguridad. Es un sinsentido irracional escatimar en gastos sanitarios que nos llevarán a su ocaso e indigna cuando se ve a las leguas el aberrante gasto público innecesario al que nos tienen acostumbrados estos golfos preocupados en sus guerras ideológicas y en mantener sus poltronas (repito, estos y los otros).



¿Qué queremos todos? Más hospitales, más centros de salud, más médicos, más profesionales sanitarios, más medios, más pruebas de diagnóstico… Esto no es opinable, es necesario concentrarse en políticas que estimulen la inversión en sanidad y, al mismo tiempo, en resguardo y amparo al ciudadano. Para ello hace falta conocimiento humano y captación de la realidad, cualidades naturales ausentes en quienes gestionan nuestros intereses.

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