Andrea Fernández, secretaria de Igualdad, y Patxi López, portavoz parlamentario del PSOE.

Andrea Fernández, secretaria de Igualdad, y Patxi López, portavoz parlamentario del PSOE. Efe

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Derecho ilusorio

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El aborto se ha convertido en la última reivindicación socialmente romántica. Solo así se entiende cómo, ante una propuesta discrepante, las feministas, silenciosas durante la excarcelación de más de 500 violadores, amenazan con violentas algaradas y el Gobierno de coalición con aplicar el difamado 155 sobre Castilla y León.

Una situación que no se debe únicamente al ímpetu de la izquierda. Imprescindible ha sido la dejadez de una derecha que no solo ha incumplido sus promesas provida desde 2011, sino que, incluso cuando otro partido se encarga de impulsarlas, se escandalizan tratando de frenarlas.

“La polarización favorecerá a Sánchez”, claman revelando el gran triunfo de la izquierda: la confrontación ideológica asimilada, esperpénticamente, a sometimiento. Un leitmotiv que vacía de propósito a la alternativa, pues ¿para qué votar si la única opción supone reproducir el programa hegemónico? Una mentalidad que alcanza potencialmente a cualquier iniciativa, privando a la oposición de su labor fundamental: confrontar propuestas salvo acuerdo doctrinal. Y quizás ese es el problema, que están de acuerdo.

El PP de Feijóo no duda en confesar que se sienten más cómodos con la norma de Zapatero que la de González. Ambas socialistas, porque sálveles Dios de proponer ellos mismos otra opción plausible. Incluso dicen haber ordenado contra Vox la “guerra cultural” que tanto se niegan a lanzar contra el PSOE. ¿Que la ley financia el aborto libre mientras castiga con penas de hasta 2 años procesos similares contra animales? Moderado. ¿90.000 nasciturus al año? Comedido. ¿Atentar contra la libertad religiosa, de reunión, deambulatoria y de expresión enjuiciando a quienes recen en la vía pública? Mesurado, sobrio y austero. 

Y así, tras casi 12 años de renuncia de un Tribunal Constitucional conservador, el primer pleno del nuevo Alto Tribunal ha afrontado la cuestión. Es normal, los progresistas sí que hacen leyes y transmiten ideas, incluso aunque para ello la ley deba retorcerse para evitar molestas inhibiciones judiciales. Que rápido se diluyen las excusas sobre la falta de consenso sobre un tema tan transcendental.

Pero, aunque el aborto no sea un derecho, sí que afecta a otros, como la vida, la libertad y la salud del no nacido, la mujer embarazada y el padre. Y quienes defienden las posiciones más extremas, son aquellos que acaban pisoteando más derechos y justificando auténticas aberraciones.

Porque debemos ser conscientes de que además de proselitistas de la ilegalización del aborto, hay muchas personas que lo consideran como un simple método anticonceptivo gratuito. O como una especie de rebeldía, un ataque contra sus fantasmas y neuras, tal y como demuestra el monólogo sarcástico de Louis CK, 2017, de Netflix. Significativos son los aplausos del público y los gritos jaleantes de mujeres ante la frase “yo creo que las mujeres tienen derecho a matar niños".

Los defensores del aborto libre defienden que una regulación más laxa ha permitido tanto reducir su número (90.189 en 2021 frente a los 113.031 de 2010), como la cantidad de mujeres que abortan (10,7 cada mil frente a 11,71). Sin embargo, obvian tanto su incremento desde el año 2000 (63.756 abortos y 7,14 cada mil), como en su importancia sobre el total (16,03% año 2000, 23,23% en 2010 y 26,73% en 2021). Todo con una población fértil cada vez más envejecida (40,85 años, 42,56 años y 45,33 años respectivamente), reincidente (el 34,65% ya había abortado previamente y para el 10% era, al menos, su tercera intervención) y que abandona los anticonceptivos (el 47,89% no utilizaba).

Irónico como en la era del empoderamiento femenino, y la sentimentalización, se intente ocultar el auténtico dolor del aborto, negándole información a las mujeres. No fuese a ser que sus débiles mentes pudieran verse perturbadas. El famoso latido del feto, aunque una medida inane, es solo una de las muchas informaciones que ayudarían a tomar una decisión fundada. Y difícilmente supondría una coacción mayor que el ofrecimiento de realizar pruebas como la amniocentesis, destinadas a descubrir malformaciones en el feto.

Revelador que los paladines del intervencionismo estatal rechacen la promoción de una fuerte red pública de apoyo para que los bebés puedan llegar a término, ya sea con madres biológicas o adoptivas. Incluso eliminan subvenciones a aquellas organizaciones encargadas, como la Fundación Red Madre, en los Ayuntamientos donde gobiernan. ¿Puedes ser realmente libre cuado solo se te ilumina una única opción?

Desde la izquierda se acusa de que, si los hombres se quedasen embarazados, el aborto sería sacrosanto. Más allá de la paradójica atribución de criterios político-identitarios por parte de quienes tanto se esfuerzan en negar efectos biológicos, ¿alguien duda de que, si los hombres pudiesen abortar, Igualdad ya lo habría catalogado como “violencia vicaria”?

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