La 37ª Edición de los Goya se celebró el sábado 11 de febrero, coincidiendo, como se viene haciendo desde 2020, con el segundo sábado de febrero, Día Mundial del Cine.
La finalidad de los premios de la Academia es premiar a los mejores profesionales de las distintas especialidades del cine. Su galardón se llama Goya, por ser un nombre corto (imitación de Oscar, Cesar) y una personalidad mundialmente conocida y representativa de la cultura española, especialmente por sus pinturas.
El tópico de estas ceremonias es que son la fiesta del cine español. Como en toda fiesta, o banquete, hay luces y sombras y muchos, demasiados, claroscuros caravaggianos en donde la opulencia se roza con la precariedad y la inestabilidad, marcas del sector.
Durante la retransmisión las cámaras se fijan y centran en los famosos de la alfombra roja. Sin embargo, por ella no pasan todos los invitados. Sólo los nominados, los miembros de la academia que están al pago de sus cuotas y algunos invitados seleccionados, famosos de turno y políticos. El resto, como en Downton Abbey entran por la otra puerta, la de los sirvientes, la llamada alfombra azul.
En la alfombra roja lo usual es entrevistar a actrices, actores, directores, puede que se cuele algún representante de otros gremios del cine, pero más por otras facetas personales que, por su trabajo como guionista, productor o lo que fuere.
Durante la gala, las cámaras se centran en los famosos, y como no en los políticos que asisten. Especialmente en año electoral.
Además, quienes presentan los premios son siempre actores y actrices, normalmente, una mezcla de figuras consagradas con alguna joven promesa que despunta. Rara vez se acuerdan de alguien, que ha caído en desgracia en las taquillas o por lo que sea, para que dé un premio y así visibilizar que es un gran profesional a pesar de todo.
Los maestros de ceremonia, en algún momento, se acuerdan de los muchos de sus compañeros de reparto que no pueden vivir de la actuación como ellos, y que han entrado por la otra alfombra. Y se olvidan mencionar al resto de los que hacen posible la magia del cine. Es decir, electricistas, atrezo, scripts, ayudantes de producción y de dirección, fotógrafos, etc. Sólo los que son premiados en sus categorías, tienen su minuto de fama, y suelen ser los jefes. Salvo alguna gloriosa excepción. Como Antonio Banderas, que hace un par de años, nombro a todos los gremios y reconoció su imprescindible labor. Chapó por el malagueño.
Los que, por distintos motivos conocemos ese mundillo. Sabemos las duras condiciones de los rodajes, no solo ambientales y horarias. sino laborales. Con jornadas de 10-12 horas y a veces hasta 16 horas diarias, 6 días a la semana y el sueldo medio de cualquier otro trabajo. La mayoría de las veces peleando el que les abonen todas las horas extras y que se les reconozca la categoría laboral por su experiencia probada en anteriores trabajos y en el boca a boca del oficio.
En estas galas, los famosos, aprovechan para realizar reivindicaciones sociales, igualdad con sus compañeras y respeto a los diferentes. Normalmente, por opciones sexuales y en las últimas ediciones la visibilización y los derechos a las personas con otras capacidades.
Todo esto, está muy bien y es necesario, sin embargo, seria de sobresaliente cum laude acordarse de estos compañeros suyos, también. Sin los cuales ellos no podrían actuar y estar ahí. La realidad es que sin ellos no hay película.
Las películas norteamericanas suelen llevar un sello, IATSE, que certifica que se han cumplido las condiciones laborales del sector. Lo concede una asociación en donde están 160.000 trabajadores de las artes audiovisuales estadounidenses. Aquí, en España los sellos que salen son el del ICO, el del Ministerio de Cultura y el de las Consejerías Autonómicas. Y no saben la precariedad y la inestabilidad laboral que avalan.
Así, como hace unos años, los asesores de los gobiernos locales y autonómicos marcaron tendencia al hacer que en todos los pueblos hubiera un polígono industrial. Y en todas las autonomías, un circuito de velocidad, un palacio de congresos, un centro de investigación y una universidad. Ahora, tras los fenómenos de Juego de Tronos y las novelas de Dolores Redondo, se ha descubierto su incidencia en el turismo y consecuentemente se lleva el fomentar clúster de audiovisuales y subvenciones a proyectos para rodar en el terruño.
Cuando lo que hay que defender es la no precariedad en el sector cinematográfico antes de crear un gigante de pies de barro. Y controlar el intrusismo profesional, con personas que hacen un minicurso de 50 horas cuando hay facultades de comunicación audiovisual y escuelas de cine donde salen personas bien formadas y capaces, tras varios años de formación.
Esta es la polvorienta realidad debajo de la alfombra roja.