La noticia de la RAE sobre el uso de la tilde ha venido, por un momento, a hacernos olvidar el caso Mediador, otra estafa, la penúltima, de los autollamados "defensores del pueblo".

Uno es tildista, por insumisión, y por las décimas perdidas, por su ausencia, en los exámenes de historia en 8º de EGB. Si sobran las tildes, me pregunto qué pasa con las "v", muchas "c" y "g" y todas las "h", y que pasa las "ll" e "y", que, salvo uruguayos, argentinos y unas pocas personas más saben pronunciarlas.

Leo a Lorena G. Maldonado y me identifico con sus referentes (Umbral, Marías y Pérez-Reverte) y las razones de éstos. Entre ellas la de escribir y decir lo que uno quiere y como quiere deliberadamente. ¡Faltaría más!

La semana pasada, otro titular sobre la escritura, fue también motivo de noticia. Fue la censura, mejor debiera decir, mutilación de los textos de Roald Dahl para "adaptar" sus libros a la "sensibilidad de las nuevas generaciones". Lo que permitió al compañero de sección A. Arizmendi hablar de la neocensura.

Mientras, otro titular se hacía eco de que con motivo del 70 aniversario de la edición de Casino Royale, primer libro de los 12 de la saga de James Bond de Ian Fleming, se iban a reeditar las novelas sin referencias raciales y machistas, ya que pueden ser ofensivas.

Es tremendo que volvamos a los tiempos de la censura. Aunque ésta, de ahora, es peor que aquella de nuestra infancia. Nos escandalizamos cuando alguien ataca un cuadro o una escultura, pero no cuando se mutila un escrito. Y además se da en un estado democrático y que dice defender la libertad de expresión.

Otra forma de esta moda revisionista es la comentada por el escritor Pérez-Reverte en su artículo Tuteando a Watson. Aquí, el problema era el deliberado anacronismo en los diálogos.

Ahora, se llevan series como los Bridgerton o Hollywood, productos audiovisuales elaborados y cuidados al detalle, en donde se produce lo que personalmente llamo retrodistopías políticamente correctas.

Personas con conocimiento e información pueden aceptar la tergiversación histórica y ver el enfoque provocador. La cuestión que debiera preocuparnos de estos planteamientos, es el público desinformado y sometido a las modas actuales, sin espíritu crítico estructurado, que acepta ameba como animal de compañía, si la ley de mascotas así lo permite. Obviamente, tras realizar el pertinente curso de manejo del susodicho protozoo.

Todo esto, ocurre cuando hace 40 años del fallecimiento de Georges Prosper Remi, más conocido por su pseudónimo de Hergé, y padre de las aventuras de Tintín.

No es descabellado, que los neocensores y revisionistas inicien un progromo contra los "tintinófilos" y quieran que ardan en la pira las ediciones de las aventuras del pequeño reportero tocapelotas y de su incorrecto, mal hablado y alcoholizado, amigo el capitán Haddock.

El fenómeno de Tintín es para estudiar, pues son historias de adultos que han iniciado a la lectura a varias generaciones de electores. Originalmente se publicaban en los diarios, una tira al día. Costumbre perdida en la prensa moderna. Es encantador la evolución de las historias, de los dibujos, del vestuario del reportero, el desarrollo de los personajes secundarios, incluidos los antagonistas. Darían para una tesis.

Lo que no podemos hacer es ocultar el momento histórico en él fueron escritas y la visión que en ese momento había del mundo. De hecho, a Hergé se le acusó de paternalista, colonialista y anticomunista.

El fenómeno de Tintín es similar al de Astérix. Las aventuras del pequeño especialmente los de Goscinny y Uderzo, galo tampoco son políticamente correctas. Maltrato animal, gordofobia, bullying al bardo, exceso de protagonismo de machos alfa, uso y abuso de la fuerza, gula, esclavitud...

Vamos, ambos, Tintín y Astérix, tienen todo para ser carne de imprenta y ser reescritos según los nuevos estándares sociales de lo políticamente correcto. Y así reeducar a los jóvenes lectores, aleccionarlos y evitar que se conviertan en irreductibles galos, libre pensadores o reporteros empecinados en luchar y perseguir a los malvados.

Como siempre, el problema no es del autor, sino que está en la mirada, en los ojos y sus prejuicios, de quien lee u observa una viñeta, fotografía, cuadro, escultura o a la persona diferente.

Ante esta moda de censura revisionista sólo podemos decir: ¡mil rayos, truenos y centellas, anacolutos, ectoplasmas, marineros de agua dulce, grumetes de pacotilla, mal rayo os parta a todos!

Y ¡tres hurras por el Capitán Haddock!

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