Opinión

Los recuerdos de los que hablo

Un fotograma del documental 'Sintiéndolo mucho', dirigido por Fernando León de Aranoa

Un fotograma del documental 'Sintiéndolo mucho', dirigido por Fernando León de Aranoa

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No poseemos los recuerdos, son los recuerdos los que nos poseen a nosotros. Van y vienen libremente. Entran y salen de nuestra vida sin permiso, sin avisar y sin despedirse, aprovechando la rendija que nos deja una imagen, una música o una palabra.

Los recuerdos de los que hablo irrumpen como quien entra y sale de una casa que siempre fue suya y en la que siempre es bienvenido.

Con los recuerdos de los que hablo no se argumenta, ni se discute, ni se discrepa. Son un instante imposible entre lo efímero y lo eterno, ante el que uno se allana como quien lo hace ante una sentencia inapelable.

Ante los recuerdos de los que hablo se cierran los ojos, se abre la nostalgia y se recrea un tiempo que siempre tuve prisa por dejar atrás y que ahora rememoro con la indulgencia de los años.

Los recuerdos de los que hablo no han dejado de visitarme cada día desde que te marchaste y aunque ahora sea demasiado tarde, te hacen a ti mucho más grande y a mí mucho más pequeño.

En esta tarde de primavera imposible de Burgos, en la que los primeros brotes conviven con las últimas ascuas, los recuerdos de los que hablo han llegado en un documental de Fernando León de Aranoa, Sintiéndolo mucho, por el que Sabina y Leiva han recibido el Premio Goya a la mejor canción original con "Tan joven y tan viejo". Las dos horas son un viaje de unos cuantos años por la vida pública, con toques de intimismo, del dios noctámbulo de los excesos y de los endecasílabos convertidos en crónica, sentimiento, provocación, daga y música con voz casi imposible.

Como ocurre con los genios, Sabina forma parte de la memoria colectiva, pero además, en mi caso, conforma un eslabón de mi chauvinismo sureño y de mi heráldica de andar por casa, y cuando me vengo arriba suelto mi retahíla personal y cuento que soy paisano de Himilce, la mujer del general cartaginés Aníbal, de Andrés Segovia, de Raphael, de Carmen Linares y casi (porque es de un pueblo a menos de media hora del mío) de Joaquín Sabina.

Los dos minutos del documental que hoy han rasgado mi cotidianidad transcurren en la Estación de Linares-Baeza, para nosotros y desde siempre "La Estación". Mientras caminan por sus andenes Sabina va explicando a Fernando León que esa estación era para él "la puerta del mundo por donde se iba a Europa, al Norte y a la Granada de su época universitaria". Le cuenta que, desde Úbeda, "les gustaba ir por la noche al bar de La Estación y ver pasar los Expresos, y ver a la gente en las ventanillas medio adormilar... y la cabeza se les llenaba de sueños y de posibilidades".

Me he recreado en esa secuencia, viéndola una y otra vez, y con ella he vuelto a "La Estación" de mi infancia, tan ligada a mi familia materna, a la casa inmensa donde mis abuelos, tus suegros, vivieron muchos años y donde cada 24 de junio celebrábamos San Juan en el patio infinito, con olor a hierbabuena, repleto de macetas y de árboles frutales al fondo. Me veo jugando en la puerta de la casa, viendo cómo al otro lado de la calle llegaban y partían trenes de mercancías, enganchando y desenganchando vagones sin cesar, marcha adelante y marcha atrás entre "cambios de agujas". Ante la magia de algunas caravanas, que parecían interminables, interrumpía mis juegos y me quedaba embelesado mirando el espectáculo de lo que Sabina llama, con la precisión del rapsoda, "animales mitológicos".

Pero la imagen que me ha dejado sin aliento rememora otro momento (son las cosas por las que sólo creo en la causalidad y jamás en la casualidad), dura veinte segundos y transcurre con Sabina y León de Aranoa conversando en un banco del andén 3, el mismo banco y el mismo andén en el que tú y yo conversamos hace 25 años. Yo había estado pasando unos días con vosotros en Linares y ese día regresaba a Mallorca. Tú me llevaste a "La Estación" y esperaste conmigo el tren que procedente del norte y con destino a Almería me llevaría a Granada, desde donde esa noche volaría hacia Palma. Nunca fui dado a pedir consejos y menos aun en aquellos años de suficiencia, de soberbia y de juventud. Tú que lo sabías, intentabas no darlos, al margen claro está de los inevitables, "no corras", "llama más a menudo" o "a ver si vuelves pronto" que cada generación da a la siguiente. No sé bien cómo comenzó la charla durante la espera de aquel Talgo que venía con algo de retraso, o cómo adivinaste mi agobio en relación con un asunto al que no le veía la salida, pero recuerdo nítidamente tus palabras: "No pierdas el tiempo, ni se lo hagas perder a nadie. Lo que debes de hacer, hazlo ya".

Ahí sentado, Sabina dice que en sus canciones hay muchas referencias a escapar, a huir, a las estaciones en general, pero que esa estación, "La Estación", está clavada en su memoria. Curiosa y caprichosa memoria que esta tarde, en la que ya no estás pero sigues estando, te ha hecho absolutamente presente en el mismo banco y en el mismo andén, con estos recuerdos de los que hablo.