A principios del siglo XVIII, salía a la luz El arte de la mentira política. Una obra que describe la habilidad de mentir, en particular, para la clase gobernante como una forma de perpetuarse en el poder. Hacía de la mentira un todo, incluso en su propia autoría pues, a pesar de estar firmada por Jonathan Swift, se cree que su verdadero autor era otro, John Arbuthnot, íntimo amigo de aquel.
Una buena manera de explicar de forma práctica que nuestra vida está cargada de colosales y ruidosas mentiras. Donde cada día nos enfrentamos a una montaña política de manipulación del lenguaje y de noticias falsas que muchas se desmontan por si solas y otras que duran poco más como tendencia. Y a pesar de lo que decía la teórica política alemana Hannah Arendt cuando comentaba que "la mera acumulación de mentiras no transforma completamente la realidad", lo verdaderamente preocupante es que, aunque la mentira no dure mucho en el tiempo, ya ha conseguido su intención. Siempre hay alguien dispuesto a defender a capa y espada un discurso, sin importar lo falso e infundado que sea.
El columnista político estadounidense Walter Lippman señalaba que los bulos tienden a propagarse más rápidamente que las noticias verdaderas, ya que estos suelen ser más impactantes, sensacionalistas y controvertidos, lo que hace que sean más atractivos. Además, algunas personas suelen ser más propensas a creer en los bulos que confirmen sus prejuicios o creencias previas. Fabricación en masa para las masas.
La mentira, que es astuta y sagaz, siempre busca un pretexto para su legitimidad. Con habilidad, se disfraza para encajar cada pieza en armonía con lo esperado. Así es como la mentira se muestra convincente y atractiva, mientras que la verdad, a veces, se queda sin justificación para su propia defensa. Sumado a las redes sociales y al exceso de información, mal que aqueja y perturba, hace que se genere un ambiente propicio para propagarse la confusión y desinformación.
A lo largo de la historia, un gran número de diferentes personalidades defendieron que la mentira es necesaria para el bien común. Winston Churchill, por ejemplo, decía que la verdad debía siempre estar rodeada de una sarta de mentiras; Platón sugería que sólo tenía derecho a mentir la clase gobernante en caso de ser necesario; o Nicolás Maquiavelo comentaba del arte de decir falsedades saludables. Sin embargo, su justificación no era más que un pretexto para el mantenimiento de los intereses personales de la clase gobernante.
Por esta razón, debemos defender la verdad como ese escudo de acero en la batalla. Como un faro que nos guía y que sin ella, nos hallaríamos en la penumbra, en el caos y perdidos en un mar de engaños. Porque la verdad es esencial, como declaraba George Orwell, y aunque neguemos su existencia, tarde o temprano, reaparecerá a nuestras espaldas. Y porque, como indicaba el teólogo alemán Hans Kung, a largo plazo las mentiras no salen rentables porque minan la confianza de la ciudadanía, base de la democracia.
Si queremos fortalecer nuestras instituciones y recuperar la confianza de la ciudadanía, es esencial una ética política que fomente la transparencia, el respeto y la honestidad, donde el engaño, la manipulación y las falsas promesas no tengan cabida.
Necesitamos de la verdad para ser libres. Porque si todo es mentira, nada es verdad.