Aún recuerdo aquel Día de Reyes. Vi debajo del árbol de navidad una bici. Las bicis tan queridas y deseadas por los niños de aquellos años de mi infancia de los años 70. Tengo una imagen clara de mi padre empujándome para andar sin ruedines, porque conseguirlo era hacerse mayor, al principio se quitaba uno, luego por fin los dos. Esa experiencia de andar ya sobre dos ruedas sin caerte significaba ser más libre, crecer. Entonces la bici se lucía, luego había que manejar los frenos bien, también conseguir dar pedales estando de pie. Era sin duda la bici el regalo estrella, el mejor.

El día que enseñé a mi sobrino a montar en bici sentí el recuerdo de mi niñez, cuando le vi rodar sólo pensé que había crecido, que ya era más mayor. Aquella bici fue un regalo de cumpleaños, y la ilusión de mi sobrino fue también grande. Sin embargo, al cumplir no muchos años más le regalé un iPad, esas máquinas que absorben el tiempo de los niños, que les impiden jugar a la peonza, a las canicas, a policías y ladrones, al burro, a la cadena, porque esos eran los juegos del patio del colegio. El futbol también. Se despertaba nuestra imaginación, y había rifas. Y frases que nos aprendíamos para saber si tocaba contar en el escondite o ser ladrón o policía.

Y un día mi sobrino no habló de la bici, su primer regalo, la estrella, fue el iPad. Me di cuenta ese día del error que había cometido.

Eran otros tiempos, ahora las bicis quedan olvidadas en trasteros, mientras los niños juegan a la PlayStation hablando desde una silla con otros niños por cascos. Parecen más que niños pilotos de aviones, aviones de hélices a los que había que dar cuerda para que volaran. Los niños han dejado de volar, han dejado de jugar en compañía.

Cuando se mira atrás uno ve la perdida, la vida es un camino de perdidas, pero estas máquinas, estos móviles, estos iPads, están robando los juegos en compañía al aire libre de la infancia, la lectura de cuentos, la imaginación. Juegos dirigidos por empresas para ganar dinero, pues para avanzar en ellos hay que comprar nuevas armas. Antes se jugaba a vaqueros e indios y había pistolas con petardos, se corría, y arcos con flechas con ventosa.

Ver el sofá, el silencio, los videos de YouTube, me genera tristeza, pues hay empresas que ganan dinero robando la infancia. Empresas que se lucran para entretener a los niños, silenciarlos, desconectarlos del mundo, mientras las ruedas de la bici se desinflan en un trastero, y los balones sólo se usan en los patios de colegio, con porterías de verdad; en mi niñez poníamos dos piedras, y así se jugaba, en la calle con más niños.

El iPad se usa en los recreos, ya no se distingue si sirve para estudiar o jugar, pero el mundo de la infancia está en una pantalla táctil y cuadrada. El juego es el de las empresas que roban la verdadera diversión y socialización.

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