El sanchismo en estado puro, que es el de descomposición permanente, convoca elecciones a las puertas del ferragosto, con media España de vacaciones (ay, el voto por correo) y con unas elecciones recién celebradas. La debacle de Sánchez, del PSOE, ha sido tal, que no ha tenido otra opción alguien tan pagado de sí mismo que asumir que el voto de castigo ha sido contundente, y lo ha sido a su persona, y la patada ha sido tal, que se ha descoyuntado políticamente.

Mucho se está analizando acerca de esta decisión presidencial. Sus corifeos, tertulianos bien adoctrinados que inundan las televisiones y pretenden conformar la opinión pública, lanzan la especie de que es una decisión valiente, audaz, y repiten como un mantra que la diferencia de voto no es tanta, que sí, sí se puede. Pero la convocatoria de elecciones, con nocturnidad y cobardía, no buscaba otra cosa que acallar los cantos de victoria que el PP y Vox comenzaban a entonar y enterrar los aterradores gemidos de un partido socialista en estado de shock. Ni Sánchez ni su ego podían soportar una derrota que ha sido suya, un rechazo de la sociedad española a sus formas de gobernar y a los apoyos recibidos en estos años de ultraizquierda, golpistas y amigos de ETA. Sí, de ETA.

Si el Gobierno Frankenstein está muerto, no lo está sin embargo el monstruo que, aunque agonizando, sigue vivo. Feijóo y Abascal, que declaran su amor por España en cada intervención, han de demostrar que es cierto. El primero, con la gallardía de aceptar el resultado de muchos gobiernos regionales, y sin la soberbia de pensar que los votos les vendrán gratis. El segundo, sin caer en la arrogancia de pensar que puede formar gobierno con el ruido habitual y con la presión constante del señalamiento. O sea, señores de la derecha, pónganse a trabajar sin ruido para conseguir el bien mayor de rescatar a España de Sánchez y de la ultraizquierda.

Habrá tiempo después de esconderse o cacarear en el corral. Pero hasta el 23 de julio el único tiempo que hay es el de la esperanza de millones de españoles hartos de estos años de degradación política e institucional. Es el tiempo del todo o nada.

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