El debate

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en el cara a cara de Atresmedia. Juan Medina Reuters

Recién asesinado el café con dos cubitos me puse a moverlos con una cucharilla, me gusta ese tintineo, mientras observaba a Manolo abastecer la vitrina de la barra con tortillas, embutidos, carnes y diversos tipos de pistos.

Detrás de mí se distribuían varias mesas ocupadas por comensales con un único tema de conversación, el debate que llevaron a cabo por televisión el actual presidente del Gobierno y el candidato de la oposición. El día ya había amanecido acribillado por la prensa digital y las emisoras de radio como consecuencia de esta comparecencia televisiva que batió récords de audiencia.

Los parroquianos del bar de Manolo discutían acalorados como si no hubiera un mañana, cada uno parecía tener las soluciones ideales para crear un Estado de bienestar, cosas de la política en la que siempre depende todo del color del cristal con que se mire.

Manolo me peguntó sobre el acontecimiento, seguramente para saber de que pie político cojeaba. Cuando le dije que no había visto el debate porque a esa hora una sinfonía de Beethoven me tenía aislado del mundo, me miró de tal manera que percibí que me estaba considerando un ser extravagante e inadaptado por no ser parte del rebaño.

-Pero, qué raro eres, dijo.

-Manolo, a mi edad ya me han engañado demasiadas veces y me siento estafado, le contesté.

Sé que no quedó convencido. Apuré el café aguado, salí a la calle y me crucé con un perro verde; nos miramos un momento con cierta complicidad y seguimos cada uno nuestro camino.