"Una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida (…) una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas apoyados por las sombras de unos periódicos".
José Ortega y Gasset
Cuando Sánchez convocó generales justo después de su derrota en las municipales, nos sorprendimos ante semejante estrategia kamikaze. Tal vez frenase momentáneamente las puñaladas internas, pero difícilmente una derecha ultra movilizada se amilanaría ante el desafío.
No podía decirse lo mismo de la izquierda que, para más inri, aún debía presenciar las purgas cainitas que encumbrarían a Sumar frente a Podemos. Sin embargo, hoy, a tenor de las encuestas, todavía hay partido. ¿Qué ha cambiado en mes y medio?
Dejando de lado el obvio impulso electoral y la aglutinación de fuerzas, resulta reseñable como en este tiempo Vox, sus pactos, excentricidades y peligros, han saturado la cobertura. Un marco conceptual apuntalado por el irreductible conglomerado mediático socialista, único auténticamente trumpista, pero también auspiciado, sorprendentemente, desde el PP.
Cuando parecía que a Feijóo le bastaba con alcanzar acuerdos rápidos, simples y anodinos en autonomías y ayuntamientos, a la espera de recoger la fruta madura de la Presidencia del Gobierno, nos hemos encontrado con unas negociaciones erráticas y altisonantes entre dos partidos condenados a entenderse. Un espectáculo que ha redundado en detrimento de una de las principales bazas de la oposición: la desmovilización de la izquierda.
Esta supuesta estrategia ganadora popular, del voto útil y el ataque a Vox, ha acabado aupando definitivamente al poder verde a su corriente más extremista, la nacionalcatólica, buscando distanciarse del PP. Regalo inesperado para la izquierda, más aún al dejar a Sánchez perfilarse, real o imaginariamente, como la única opción para conjurar la amenaza.
Ya que tanto dice buscar emular los éxitos alumbrados en Andalucía o Madrid, Feijóo debería haberse apropiado del elemento determinante de sus victorias: presentarse no como el voto útil contra Sánchez (que trasvasa votos dentro del bloque de la derecha), sino como el voto útil contra Vox ante la inevitabilidad del cambio (que atrae al centro-izquierda, aunque refuerce electoralmente a Vox).
Las circunstancias de nuestro sistema electoral propician resultados poco intuitivos. El más evidente es la falta de correlación entre las subidas de voto y escaños. Un ejemplo: en 2019, en Huesca, Vox, con un 15,45%, se quedó a 1.800 votos de obtener representación y arrebatarle el último escaño al PSOE (32,3% de votos). El PP, sin embargo, con un 26,72%, hubiese necesitado 4.100 papeletas adicionales. No es el único caso.
En España, el crecimiento parlamentario depende de la superación de determinados volúmenes de votantes, dejando una serie de hitos clave. Por ejemplo, es casi imposible obtener representación por debajo del 4% de voto. Otra marca es la acontecida a partir del 13%, cuando se comienza a arrebatar los últimos escaños de las pequeñas circunscripciones. Y es que, en las provincias de 3 escaños el umbral mínimo necesario se sitúa en una cantidad aleatoria inferior al 20%, en las de 4 el 16,6%, en las de 5 el 14,3%...
Así, si entre el 13% y el 22% cada punto porcentual de modificación de voto provoca una ganancia, o pérdida, de 6 escaños, a partir del 22% y hasta el 35%, esta progresión se reduce hasta los 4 escaños.
¿Qué ocurre en la política española? Pues que mientras Vox comenzó la campaña con unas previsiones cercanas al 15%, el PP, aglutinado el voto de Cs, hacía lo propio sobre el 31%, dando lugar a una cómoda mayoría absoluta. ¿Qué ocurre cuando se trasvasa un 1% de voto entre ambas fuerzas? Pues si el resultado beneficia a la formación azul, el bloque pierde, de media, 2 escaños. Y a la inversa propicia el resultado contrario.
Una situación análoga al PSOE y Sumar. No es extraño, pues, la inexistencia de referencias negativas desde la izquierda mediática y política al proyecto magenta. Aunque ayude la ceguera moral de nuestra izquierda, pragmáticamente también son conscientes de que cualquier pérdida potencial de votantes socialistas hacia Sumar se vería compensada con una subida de las expectativas electorales de la coalición gubernamental.
Una estrategia diametralmente opuesta a la popular. Empeñados en alcanzar un escenario (+36% de voto) que les permitiese gobernar en solitario, nos acercan a otro en que no fuese posible su gobierno, ni con Vox ni sin Vox.
Es cierto que una unión de ambos partidos, aunque se produjese una probable pérdida del voto, permitiría maximizar escaños. Pero la tozuda realidad que marcan las encuestas es que, tras el PP, Vox cuenta con el mayor nicho de votantes leales… un dato sorprendente para un partido en descenso en las encuestas.
Un todo o nada por un gobierno monocolor. ¿Quién nos hubiese dicho que la última apuesta que decidirá el futuro de Sánchez no sería lanzada por él?