El poeta no necesita definir lo justo o lo injusto de la llamada "memoria histórica". En parte, porque ya está definida por los memorialistas, pero la importante, la historia sin memoria, sin el trémulo subjetivismo hampón, es negada.

El poeta se niega a morder con los recuerdos ancestrales, a envenenar el hisopo infantil, a destruir el llanto del pilón. Se niega a darle la espalda a quien consagró el vino y el pan y no va a permitir que la harina de la hostia se mezcle con los angloinsectos de Salamanca. 

El poeta quiere que el poema suene en el silencio de los templos, desea que las sublimes catedrales desafíen la áspera ciudad con los badajos del hosanna.

El poeta bebe con la samaritana, busca las manos de Marta y María, pide una cita con la Magdalena al pie del sepulcro vacío, para levantar el madero desenclavado y amarrar con áspera cuerda al Vaticano en él y extenderla, como un cincho de caballo, hasta los obispones de la Conferencia Episcopal.

Con el poeta resistan las viñas de España. Resistan los escultores de la desnuda Cruz. Permanezca su valle con un nombre más necesario y generoso: el valle del perdón monumental.

Sonata para el valle del perdón monumental

Se quedaron habiéndose ido,

con una puesta de Sol,

las manos del arrebol

desclavadas del olvido.

Manos de roca y cincel

después de haber esculpido,

en la España que ya ha sido,

otra que quiere nacer.

¡Valle para un pedestal

que supo hacer con ladrillos

una cruz ya sin martillos,

un perdón monumental!

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