Cabinas

Cabina con papeletas en un colegio electoral de Valladolid

A raíz de lo ocurrido en Melilla, se ha extendido la desconfianza en el voto por correo. Pero nadie advierte que la posibilidad de compra de votos, o de coacción y presiones a la hora de votar, es mucho mayor en el voto presencial. Y es que al comprador de votos le basta con encontrarse con sus vendedores junto a la mesa de las papeletas, comprobar qué papeleta introducen en el sobre y luego efectuar el pago ya fuera del colegio. Así de sencillo, sin necesidad de carteros, oficinas de correos, documentos y demás complicaciones.

Todos conocemos la exclusiva y peculiar forma de votar que tenemos los españoles. Todos hemos visto que, sin identificación previa de nadie, grupos de personas se acercan a la mesa de las papeletas y, junto a ella, conversan sobre qué papeleta elegir, hay quienes aconsejan a otros con más o menos autoridad, e incluso quien entrega imperativamente a otros alguna de las candidaturas. Y ese bochornoso espectáculo, exclusivo de España, lo vemos con normalidad. Cualquiera puede observar a quién votan los que le rodean, como lo pueden hacer los interventores y apoderados de los partidos. Imaginemos la situación en ciertos lugares del País Vasco y de Cataluña, por ejemplo.

Es urgente acabar con esta situación. Cada vez que se no muestran imágenes de votaciones en cualquier otro país, vemos siempre a los votantes salir de una cabina antes de acercarse a la urna. La cabina, ese elemento fundamental e imprescindible en cualquier votación fuera de España, aquí es un objeto de adorno al que se mira con indiferencia y altivez, ¿para qué sirve eso?

Por el bien de la democracia en España, es necesario ordenar las votaciones de la forma que se hace en todos sitios, salvo en España: Uno a uno, cada elector se identifica al entrar en la sala, pasa ante la mesa de las papeletas, coge unas cuantas candidaturas, entra con ellas en la cabina, introduce en el sobre la que elige y deja las restantes en la papelera, sale y se encuentra con la urna. ¿Tan difícil es hacerlo así en España? ¿Por qué se mantiene un denigrante sistema que ni siquiera llega a ser tercermundista?